EditorialGeneralOpinión

Hace unos pocos días, un dirigente del “proceso” nos ha anunciado / amenazado con un “tsunami democrático”, que se pondrá en marcha con la publicación de la sentencia que debe dictar el Tribunal Supremo. Quizás cree que se trata de un chorro de agua, de algo parecido a un amable chaparrón primaveral, que refresca y hace crecer las flores.
Pero no es así. Es una cadena de olas, de altura superior a los 15 metros y que se desplaza por la superficie marina a más de 50 km. por hora. El impacto contra el litoral es brutal, destruyendo todo lo que encuentra: barcos, infraestructuras, carreteras, edificios, y adentrándose profundamente tierra adentro. Y eso no es todo: lo peor es el reflujo, cuando la monstruosa ola vuelve hacia el mar, arrastrando todo lo que ha destruido: árboles, vehículos, escombros, cadáveres …
Quizás haciendo esto, Oriol Junqueras sufrió un inesperado ataque de sinceridad autocrítica, y nos dio, en clave metafórica, una descripción exacta de lo que el “proceso” ha hecho y está haciendo en el país. De cómo se han fracturado la sociedad, los grupos de amigos o las fuerzas políticas; de cómo las instituciones han quedado bloqueadas, incapaces de actuar, sin fuerzas para imaginar constructivamente un camino hacia el futuro y sin ánimo para plantear escenarios nuevos en Madrid o en Bruselas.
La apropiación excluyente de la conmemoración de la Diada del 11 de septiembre por parte de un gobierno, de sus partidos y de sus seguidores, es un buen ejemplo de todo esto. La fiesta, recuperada y salvada por la clandestinidad contra el franquismo, llegó a ser patrimonio y punto de encuentro de todos los que compartían el ideal de una Cataluña “rica y plena” dentro de una España renovada y fraternal. Así, gente nacida aquí o en el resto de las Españas (y más tarde, también gente venida de otros continentes) se encontraban compartiendo lengua, canciones y referencias, no como reliquias del pasado, sino como prenda de un futuro de progreso para todos.
Desde el 2012, esto ya no es así. Y no se trata, como se ha dicho tantas veces, de la reacción popular contra una desgraciada sentencia del Tribunal Constitucional: la sentencia se publicó en julio de 2010, y ni ese año ni el siguiente la conmemoración tuvo nada de especial . Fue en 2012 cuando las cosas cambiaron. Se ha dicho que actuó la larga mano del gobierno Mas que, preocupado por el rechazo social contra los “recortes”, encontró en el “proceso” una fórmula para esquivar las críticas y desmontar las oposiciones; quizás fue así, pero en todo caso el efecto ha sido que hoy el 11 de septiembre expresa sólo los cambiantes estados de ánimo del colectivo independentista: ahora animados, ahora abatidos; cohesionados o divididos; con protagonismo de las fuerzas políticas o de la “sociedad civil”; y, siempre, todo coreografiado y retransmitido en directo por TV3.
En las próximas semanas, la publicación de la sentencia del Tribunal Supremo y las reacciones que producirá, la incógnita sobre la formación del nuevo gobierno español y la paralización del gobierno de la Generalitat, todo ello acompañado de complicaciones adicionales (como la citación judicial del presidente Torra a finales de septiembre, la ausencia de presupuestos de la Generalidad o la disputa entre las varias familias del mundo independentista), crearán un contexto extremadamente difícil, en el que será difícil ver vías de salida, y en el que, probablemente, las voces que escucharemos serán las voces más extremistas, más tremendistas, más orientadas a alimentar el conflicto que resolverlo. FEDERALISTES D’ESQUERRES debemos afrontar el nuevo curso político con la misma actitud positiva y propositiva de siempre, pero siendo conscientes de que tendremos que hacer un esfuerzo adicional de trabajo y de imaginación, para producir iniciativas que nos den presencia pública y que puedan mostrar que sigue habiendo una vía de abordaje y de solución de los problemas, desde la serenidad, el rigor y la voluntad de diálogo. En otras palabras, la vía de la aproximación federalista.