«Líneas rojas son dos palabras que se han convertido en un arma arrojadiza y han perdido, como tantos otros conceptos últimamente, su verdadero significado. Un binomio que se ha desgastado, y que hoy significa el abismo y mañana tan solo un recuerdo vago. La banalización del lenguaje, y de las realidades que representa, es un signo de nuestros días, pero no por ello deberíamos aceptarla acríticamente. Eso no lleva más que a la perversión del sistema, en nuestro caso, del sistema democrático. No todo debe ser asumido porque “así es como ahora se hacen las cosas”. En una democracia madura, en la que la Constitución no fija límites para iniciar el proceso parlamentario de investidura, una vez celebradas las elecciones, parecería razonable esperar que la persona designada para someterse a dicho proceso llegara a la primera votación con el programa de gobierno cerrado, al menos, en sus líneas maestras. El parlamentarismo, como se ha dicho tantas veces, implica una distribución de funciones entre la ciudadanía, que vota en las elecciones a sus representantes, y la elección del presidente del Gobierno, que es función atribuida a aquellos. Hace prácticamente tres meses que la ciudadanía cumplió con su cometido. En cambio, nuestros representantes no han tenido tiempo de cerrar un programa de gobierno que presentar en el discurso de investidura. Y dan igual las siglas. En una democracia parlamentaria, no presidencialista, las responsabilidades son siempre compartidas.»
Líneas rojas (El País, 22 de julio de 2019)