En cada ocasión hemos visto, no como excepción sino como norma generalizada, una cosa bien sorprendente. En los días siguientes los portavoces y líderes salen intentando afirmar que han ganado. Bueno, a veces es opinable, pero a veces no. Si cada vez que hay elecciones, Podemos pierde otro millón de votantes, algo habrá que decir (y hacer). Si Casado hablaba de “remontada” y se encuentra con la mitad de los escaños que tenía el añorado Sr. Rajoy, algo habrá que decir. Y así sucesivamente. Pero con el paso de los días, asistimos a otro artificio. Los primeros días los líderes suelen dedicarlos a establecer (ante los medios) todo tipo de líneas rojas, a cual más gruesa, para luego pasar a decir que nunca se pactará con el PSOE, o que para hacerlo “en algunos sitios”, los socialistas “deberán renegar de Pedro Sánchez” o de sus obras y sus pompas. Otra variante es la de estos días en Barcelona, donde es cierto que unos y otros se han visto envueltos en un endiablado trilema (el famoso dilema a tres bandas). Y esto que, visto desde los márgenes, la cosa es simple, y digamos de pasada que el único que ha hablado claro es el cartesiano Sr. Valls: “Aquí tienen seis concejales sin otra condición que la de no hacer alcalde al Sr. Maragall”.»
Retorciendo el lenguaje (El País, 7 de junio de 2019)