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El federalismo siempre ha considerado que los municipios son el primer nivel, el primer paso, en la construcción de un mundo federal. Sin caer ahora en utopías, el municipio, la ciudad, es el lugar donde se plantean con mayor claridad los problemas fundamentales de la sociedad actual, desde la contaminación ambiental hasta la integración de comunidades diversas, pasando por la defensa de las identidades o la construcción de mecanismos democráticos innovadores. Y además las ciudades son el hábitat humano en expansión más constante: la mitad de la humanidad vive en ciudades.

Las elecciones municipales del pasado 26 de Mayo deben ser vistas con esta perspectiva. Contra una visión reductora, administrativista, de la actividad del mundo local, las recientes elecciones municipales planteaban algunos recetas esenciales, desde una perspectiva federalista. ¿Se mantendría el viento de cambio manifestado en las elecciones generales del 28 de abril? ¿Consiguiente la nueva extrema derecha española hacerse presente en nuestros ayuntamientos? A escala más local, ¿podrían los partidos separatistas profundizar sus resultados en el área metropolitana? O aún más, dada la coincidencia entre elecciones municipales y elecciones europeas, ¿podrían los populismos aprovechar este contexto favorable para aumentar su presencia en los ayuntamientos?

Desde el punto de vista de Federalistes d’Esquerres las respuestas a estos retos han sido, esencialmente, respuestas positivas. Si dejamos de lado por ahora la elección del Parlamento europeo y las elecciones autonómicas en 11 CC.AA. (Unas y otras, también, con resultados positivos), el panorama municipal español muestra una notable complejidad pero una tendencia general positiva. Las fuerzas populistas han quedado bastante reducidas; las candidaturas socialistas han mejorado de manera significativa sus anteriores resultados; y, en general, las dinámicas locales han sobrepuesto a los intentos de dar, desde gobiernos o desde los populismos, una significación política general.

Es cierto, sin embargo, que la evolución de nuestro sistema de partidos hace que no existan en ninguna parte, o casi ninguna parte, partidos políticos mayoritarios, que puedan asegurar, solos, el funcionamiento de las instituciones. Son precisos acuerdos, pactos, negociaciones, que acaben dando lugar a gobiernos plurales, compartidos por fuerzas políticas diversas. Y este elemento representa ya un primer paso hacia una visión más federal de las cosas: más diálogo, más negociación, más fuerzas políticas implicadas. Algunos pueden considerar esto una dificultad; pero desde nuestro punto de vista, más que un problema, constituye una apertura hacia un mejor panorama político.

Los resultados, en segundo lugar, han confirmado lo que mostraron las elecciones generales un mes antes: hay más partidos, hay pluralidad, pero ésta se ha reducido. Es visible en Cataluña: el PSC se consolida, mientras los Comunes retroceden; ERC crece a costa de JxCat; y PP y Ciutadans se ven muy limitados.

Pero si esta panorámica general es correcta, tiene una excepción: Barcelona. En la capital catalana, ERC y los Comunes quedan igualados en número de concejales, con una pequeña ventaja en votos por el partido independentista. En todo caso, muy lejos de la mayoría absoluta de concejales en el ayuntamiento.

Habrá, pues, que definir coaliciones de partidos y pactos para hacer posible la designación de alcalde y, después, permitir una acción de gobierno regular. Ha habido y habrá especulaciones y fuertes presiones sobre cuál deba ser el sentido de estos pactos, pero al final está claro que todo se reducirá a una disyuntiva: hacer alcalde Ada Colau o Ernest Maragall.

Del mandato de Ada Colau se recordará como las grandes esperanzas suscitadas inicialmente se han visto satisfechas sólo parcialmente, en parte por las limitaciones de su mayoría de gobierno (acentuadas por la expulsión de los concejales socialistas en diciembre de 2017) y en parte por los intentos de salir de la dialéctica binaria marcada por el movimiento independentista. Estos intentos, orientados a definir una inviable posición intermedia entre legalidad y “proceso”, han contribuido a generar dudas sobre cuál sería su posición de fondo; dudas que, unidas a las críticas sobre la gestión municipal (críticas a veces justas pero muy a menudo apriorísticas y demasiado organizadas), han acabado retándole apoyos.

Ernest Maragall no parece ser la persona adecuada para la alcaldía de Barcelona. No se trata ahora de hablar del pasado o de recordar su experiencia de gestión municipal bajo otras siglas de partido, sino de entender el sentido político de su candidatura actual: miembro del gobierno Torra hasta hace unos meses, se recordará como presidió la Mesa de edad del Parlamento de Cataluña en la presente legislatura, donde cortó un debate afirmando “El Parlamento será siempre nuestro”. Las maniobras pre-electorales destinadas a debilitar los Comunes (como los fichajes de Nuet o de Elisenda Alemán) indican claramente que no hay sinceridad en la afirmación de un proyecto de colaboración entre partidos de izquierdas, sino un proyecto excluyente, de puesta de la ciudad de Barcelona al servicio del gobierno Torra y del proyecto separatista (ahora bajo las palabras “derechos y libertades”).

Federalistas de Izquierdas creemos que Barcelona, en la situación actual, necesita un gobierno de colaboración entre fuerzas de izquierdas, de amplia mayoría (y con eventuales apoyos adicionales por parte de otros grupos municipales) y que aspire a un programa de reformas urbanas, de mejora de la calidad de vida de los sectores populares, de abordaje enérgico de los grandes problemas de la ciudad (de la vivienda a la contaminación, pasando por la seguridad o el turismo) y en la perspectiva de poder hablar con voz propia en Cataluña, el conjunto de España, en Europa y en el mundo. Y en términos concretos, esto significa la elección como alcaldesa de Ada Colau, y la formación una mayoría de gobierno integrada por Comunes y el PSC.