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«Quiero seguir creyendo en la Catalu­nya de la convivencia y el respeto, pero el espectáculo aberrante y vociferante de la semana pasada en Barcelona, en Sant Cugat del Vallès, en Santa Coloma de Farners, no hace más que augurar tiempos peores. Y la degradación de los comportamientos ciudadanos corre paralela a la de las instituciones, así que pienso que no podemos ni debemos esperar más para dejar de lado las banderas y embridar los sentimientos. La racionalidad debería llevarnos a reconocer que la secesión no tiene sentido en esta Unión Europea. Y que precisamente en la Europa que debemos construir puede tener cabida una independencia sin independencia, es decir, sin pronunciamientos decimonónicos ni buscando el enfrentamiento civil. Porque tanto si Catalunya llegase a ser un estado libre asociado de España o una nación nueva con sus fronteras e himno, supongo que querremos que la bandera europea sea la nuestra, a ver si nos hacemos ciudadanos de una nación más grande, in­clusiva, culta y feliz. Llámenme iluso.»

Dos naciones (La Vanguardia, 22 de junio de 2019)