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La elección de un personaje con una conocida trayectoria de declaraciones xenófobas e hispanofóbicas, ofensivas no sólo para la ciudadanía de toda España, sino también para una mayoría de la ciudadanía de Cataluña, sitúa el movimiento catalán precisamente en la estela de los movimientos xenofobos y populistas que en estos momentos erosionan las instituciones democráticas en los Estados Unidos, el Reino Unido, o el Este de Europa

En el documental «Federal» el exvicepresidente de la Generalitat Josep Lluis Carod-Rovira critica el independentismo que él llama tronado y nacionalista, y apuesta por un independentismo «cívico». Es una afirmación respetable, que se escucha en algunos líderes secesionistas. Algunos de ellos, como por ejemplo un representante de ERC en la presentación del mismo documental en Figueres hace pocos días, lo rematan con una voluntad de diálogo y de búsqueda de complicidades con fuerzas progresistas y federalistas.

Otros independentistas, como el ex consejero Andreu Mas-Colell, han pedido un gobierno técnico que gestione el autogobierno durante cuatro años y que contribuya a normalizar la situación en Cataluña y, sin renunciar al independentismo como horizonte, se dedique a rehacer la sociedad y la economía.

Con Torra, ni independentismo cívico, ni técnico, ni normalización, al menos a juzgar por sus palabras pasadas y recientes. Los mencionados y otros exponentes del movimiento que ha trastornado el mapa político catalán de los últimos años, se han esforzado por diferenciarse de los movimientos xenofóbos y populistas que en estos momentos erosionan las instituciones democráticas en los Estados Unidos, el Reino Unido, o el este de Europa, y que también han amenazado con hacerlo en Francia, Holanda, Austria y los países escandinavos. Desgraciadamente, la elección de un personaje con una conocida trayectoria de declaraciones xenofóbicas e hispanofóbicas, ofensivas no sólo para la ciudadanía de toda España, sino también para una mayoría de la ciudadanía de Cataluña, sitúa el movimiento catalán precisamente en esta estela.

Torra no sólo ha escrito Tweets insultantes y supremacistas, sino que tiene una trayectoria sistemática de homenaje a sectores históricos del nacionalismo catalán que han flirteado con el fascismo, como ilustra su artículo de 2014 en el Punt Diari «Pioneros de la Independencia», donde elogia grupos como «Nosotros Solos» y utiliza argumentos muy parecidos a los que usa Nigel Farage para elogiar Donald Trump o Marine Le Pen (contra el pactismo y el cosmopolitismo).

Cuesta mucho entender que personas que hoy militan en el soberanismo y que en el pasado han formado parte de sectores «críticos» de partidos progresistas, ahora se muestren tan acríticos con un procedimiento dudosamente democrático para elegir un candidato tronado de presidente, procedimiento consistente en elegir «quien diga Puigdemont». No se entiende tampoco su silencio al tragarse el nombramiento de una persona a la que, ya en la sexta década de su vida, no se le conoce ninguna vocación de servicio a los sectores más vulnerables de la sociedad, y en cambio sí se le conocen sus reverencias al patriarca Pujol.

De todos modos, Quim Torra es el presidente de la Generalitat. Esperamos que él lo entienda y tome conciencia de que a partir de ahora es el presidente de toda la ciudadanía de Cataluña. Su nombramiento no implica la recuperación del autogobierno. Este se perdió mucho antes del 155, el día que nuestras instituciones se pusieron, saltándose las reglas de juego, al servicio de una parte de la sociedad. La obligación del nuevo presidente es poner lo que es de la colectividad al servicio de todos.

Editorial Federalistes d’Esquerres, 14 de mayo de 2018