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Los debates en España entre la organización en un estado centralista o federal los encontramos presentes en los momentos Constitución de Cádiz de 1812. El federalismo fue defendido por los representantes americanos, más partidarios de la descentralización. A pesar de ello la constitución que resultó, a pesar de tener un marcado carácter liberal, con supresión de los señoríos y el establecimiento de la libertad de prensa, era centralista al estilo francés. Durante este tiempo, España funcionó a través de las Cortes, ya que el rey estaba retenido en Francia.

Tras el 87º aniversario de la proclamación de la Segunda República Española, quizás es el momento de dar una mirada retrospectiva a nuestra historia, para resituar los temas en una óptica global. Lo haré desde la perspectiva dual de los conceptos que titulan este escrito, ya que ambos han estado presentes en momentos históricos de democratización de nuestro país.

El republicanismo llegó a España por la influencia de la revolución francesa y empezó a manifestarse puntualmente durante la guerra de la independencia (1808-1814).

Los debates en España entre la organización en un estado centralista o federal los encontramos presentes en los momentos Constitución de Cádiz de 1812. El federalismo fue defendido por los representantes americanos, más partidarios de la descentralización. A pesar de ello la constitución que resultó, a pesar de tener un marcado carácter liberal, con supresión de los señoríos y el establecimiento de la libertad de prensa, era centralista al estilo francés. Durante este tiempo, España funcionó a través de las Cortes, ya que el rey estaba retenido en Francia.

A mediados del siglo XIX las ideas federales llegaron a España a través de las ideas de pensadores europeos, como las de Proudhon, recogidas en el libro “El principio federativo”, que Pi y Maragall había traducido al español. Estas ideas influyeron en los demócratas y los republicanos más radicales, principalmente obreristas, y se generó una corriente de pensamiento que facilitó la caída de la monarquía, con el destronamiento de Isabel II en 1868. Se elaboró ​​una constitución progresista y en 1869 se hicieron elecciones por sufragio universal masculino, donde la mitad de los ciudadanos eran analfabetos. Pero las Cortes que surgieron de las elecciones eran monárquicas y buscaron un rey entre las cortes europeas. El rey que encontraron fue Amadeo de Saboya, el cual abdicó, superado por las circunstancias, en febrero de 1873. El mismo día de su abdicación, las Cortes proclamaron la Primera República Española, llamándola Democrática y Federal. Las repúblicas del mundo: Francia, Estados Unidos o Suiza la reconocieron y las monarquías la repudiaron.

La Primera República duró 11 meses, entre otras cosas por la disparidad de tendencias, ya que incorporaba los confederales o cantonalistes, y las tendencias más centralistas. Durante estos meses hubo 4 presidentes: Francisco Pi y Maragall (federalista con tendencias anarquistas), Estanislao Figueras (federalista), Nicolás Salmerón (federalista moderado) y Emilio Castelar (centralista). Era una época de desórdenes públicos y con la idea de no ejercer el autoritarismo, perdieron el control del país.

Terminó con esta República un golpe de estado del general Pavía, el cual estableció una dictadura republicana conservadora. Poco tiempo después, otro pronunciamiento militar restauró la dinastía borbónica, en diciembre de 1874, con la subida al trono de Alfonso XII.

Aunque Estados Unidos, Canadá, Alemania y Suiza comenzaban a construir sus estados federales con relativo éxito, en España la experiencia de la Primera República generó mucho desánimo y no se analizaron las causas de su fracaso. En el imaginario colectivo se asoció el federalismo con el desorden y el desgobierno.

La Restauración borbónica transcurrió entre finales de 1874, cuando termina la Primera República Española, y el 14 de abril de 1931 cuando se proclama la Segunda República. Durante la Restauración, todos los partidos, tanto de derechas como de izquierdas, eran centralistas. Sin embargo, los republicanos no podían competir con los partidos dinásticos, en un sistema donde imperaba el caciquismo y el sufragio era censitario, basado en la dotación del derecho a voto sólo en la parte de la población masculina con ciertas características precisas, económicas, sociales o educacionales.

No fue hasta después de los hechos de la Semana Trágica de Barcelona en 1909, que el republicanismo volvió a tener empuje, cuando los partidos republicanos y el PSOE formaron la Conjunción Republicano-Socialista, y los sectores catalanes formaban la Unión Federal Nacionalista Republicana.

Las ideas políticas y culturales de la época iban en el sentido de una nación española basada en la historia. El republicanismo era laico y no identitario. El pensamiento identitario estaba representado en el carlismo que luchaba con el lema de “Dios, Patria y Rey”, no era constitucionalista y preconizaba el retorno a las viejas costumbres y al cantonalismo.

La crisis monárquica y las revueltas populares desembocaron en el golpe de estado del Capitán General de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, quien estableció una dictadura con el beneplácito del rey Alfonso XIII y de la burguesía catalana. La crisis de la dictadura hizo inevitable la caída de la monarquía. El 14 de abril de 1931, tras unas elecciones municipales en que los republicanos ganaron en la mayoría de las capitales de provincia y el rey huyó de España, fue proclamada la Segunda República Española.

La Segunda República adoptó la forma de república unitaria, si bien permitía la formación de regiones autónomas (a la que se acogieron Cataluña y País Vasco). Con Manuel Azaña como presidente, llevó a cabo muchas reformas: el desarrollo de la escuela pública y la modernización pedagógica, la reforma agraria, la reforma militar, la creación de un estatuto de autonomía para Cataluña y la laicidad el Estado. Fue en 1933 cuando se extendió, por primera vez en España, el sufragio universal a las mujeres. Este primer periodo es conocido como el Bienio Reformista. Pero la república tuvo que enfrentarse la polarización política propia de la época, al tiempo que en Europa se vivía el ascenso al poder de dictaduras totalitarias.

Después de las elecciones de 1933, gobernó el Partido Republicano Radical de Lerroux, con el apoyo de La CEDA, que agrupaba partidos conservadores y democristianos, que se integraron en el gobierno. Estos se dedicaron a volver atrás las reformas realizadas en los dos años anteriores.

Por eso, en 1934, sectores del PSOE, UGT, CNT y PCE protagonizaron una huelga general en el marco de la cual se intentó el derrocamiento del gobierno. En medio del caos, Lluís Companys, de Esquerra Republicana de Cataluña y Presidente de la Generalidad de Cataluña, proclamaba el Estado Catalán dentro de la República Federal Española.

La violenta represión de la Revolución, especialmente en Asturias, con numeroso número de muertos, la supresión de la autonomía catalana y la detención de numerosas personalidades políticas de importancia motivaron la formación del Frente Popular por PSOE, UGT, PCE, POUM, IR, Unión Republicana y ERC, entre otros. El Frente Popular venció en las elecciones de febrero de 1936, volviendo a asumir el gobierno Manuel Azaña, quien pronto fue elegido presidente de la República.

El 17 de julio de 1936 comenzó en Marruecos una revuelta militar que provocó el estallido de la Guerra Civil Española. En la revuelta se añadieron la Iglesia y las clases acomodadas, incluidas las catalanas. Mientras el bando republicano sólo recibió el apoyo militar de la Unión Soviética, el bando sublevado contó con el apoyo de la Alemania nazi y de la Italia fascista, lo que fue determinante para su victoria. Francisco Franco estableció una férrea dictadura nacionalista que duró hasta su muerte en 1975. Si bien Emilio Mola, director del Alzamiento, pretendía establecer una dictadura republicana, Franco dio a España la forma de reino y nombró a Juan Carlos de Borbón como su sucesor a título de rey, quien ascendió al trono a la muerte del dictador.

Las fuerzas de oposición al franquismo habían fracasado en sus intentos de provocar la caída de Franco y, tras su muerte, comenzaron un proceso de negociación con el gobierno que llevó a la Transición Española, en la que España recuperó la democracia, siendo aceptada la monarquía parlamentaria como forma de gobierno por formaciones que anteriormente habían defendido la República, como el PSOE y el PCE. Después de las primeras elecciones generales democráticas en 1977, la Presidencia y el Gobierno de la República española en el exilio proclamaron oficialmente su disolución.

En las discusiones sobre la Constitución Española de 1978 el federalismo estaba presente (Solé Tura lo era), por eso se optó por un sistema muy abierto y descentralizado, que permitiera su desarrollo. Nuestro sistema es tan descentralizado que muchos expertos han considerado que ya era un sistema federal. Pero tiene debilidades muy importantes: el reparto de las competencias se ha hecho en negociaciones bilaterales para garantizar la gobernabilidad de los partidos en el gobierno y no con un sentido pragmático y racional basado en la eficiencia, lo que resulta a veces es poco claro y obliga a intervenir al Tribunal Constitucional para interpretarlo. Otros ejemplos son la ausencia de estructuras transversales decisorias, corresponsabilidad y lealtad institucional.

Los últimos 40 años representan con creces el periodo más largo de libertad que hemos tenido en España. Y aunque la derecha siempre que gobierna tiene tendencia a volver atrás, la sociedad española se va modernizando y se han llegado a aceptar cosas impensables, empezando por el divorcio, el aborto, el matrimonio homosexual, la ley de igualdad, la plena normalización lingüística de todos los idiomas peninsulares y la plena eliminación de la pena de muerte y la cadena perpetua. Paralelamente a su descentralización, España ha cedido soberanía a favor de la construcción de la que será una República Federal Europea. Actualmente, el 80% de la legislación española está condicionada por la europea.

Inicialmente, el concepto de república identificaba con democracia parlamentaria y se oponía al poder absoluto del rey en la monarquía. Actualmente, los ejemplos reales relativizan los conceptos. Con la democratización de la sociedad, a las monarquías se les ha limitado el poder y en contrapartida, los ejemplos demuestran que pueden existir repúblicas totalitarias y populistas. Asimismo, encontramos monarquías y repúblicas más o menos centralistas o descentralizadas con respecto al reparto del poder. Canadá es una monarquía constitucional federal y Francia es una república presidencialista centralista. Es decir, Canadá, siendo una monarquía es más descentralizada que Francia como república, aunque los dos países son igualmente democráticos. Nuestro país es una monarquía democrática parlamentaria muy descentralizada, a medio camino de un estado federal.

La historia nos enseña que más importante que el nombre que se le da al Estado, es el reparto del poder y la consolidación de los avances sociales. Consolidación más firme si los avances se hacen teniendo en cuenta el conjunto de la sociedad.

Vista nuestra historia de golpes de estado continuados y la experiencia de los últimos años, tal vez ha llegado el tiempo de optar por la política racional y posibilista, basada en el pacto, que es la que mejora la vida cotidiana de los ciudadanos, es la única respetuosa con las minorías y da estabilidad a los avances conseguidos. Los cambios promovidos desde el gobierno deben ser asimilables por la mayor parte de la ciudadanía y los cambios sociales deben trasladarse a la adecuación de la política. A lo largo de la historia hemos visto que los cambios producidos al margen de una parte importante de la población sólo pueden ser defendidos por la fuerza, enfrentan la ciudadanía y mueren en los intercambios del poder. La unilateralidad tiene el paso corto y está abocada al fracaso. El último ejemplo lo tenemos al alcance, con la proclamación de una República Catalana al margen de la mayor parte de los catalanes y del resto de españoles, república de corte bonapartista que ha durado menos de lo que canta un gallo.

República i federalisme, per Mireia Esteva (Blog Esquerra sense fronteres, 18 d’abril de 2018)