Es muy extraño que en un referéndum que pretende ser la expresión máxima de la democracia sin límites ni ataduras legales, solo se lea en los balcones una única sílaba: Sí. La concentración en las plazas de los ayuntamientos contra los alcaldes ariscos en ningún caso fue para defender el derecho a decidir de los ciudadanos. Gritaban para silenciar el no al 1-O y convertirlo en sí, presionar a los ayuntamientos disidentes a dejar de serlo y sumarse a los setecientos que dan vivas al gobierno JXSí, la CUP y a su presidente. Querían que el mapa de Catalunya no fuese un mapa de debate, sino un mapa de adhesión. El procés ha despojado de prestigio social y político a la disidencia. El diguem no, de Raimon, solo se admite en el cancionero, no en el discurso hegemónico soberanista. «Los gritos del silencio» (El País, 29 de septiembre de 2017)