Las palabras que Federico García Lorca dedicó a la calle más famosa de Barcelona vuelven a cobrar vida con motivo de los atentados. Como el poeta, todos desearíamos que La Rambla no se acabara nunca
Se cumplen 81 años del asesinato de Federico García Lorca. El poeta granadino murió en una fecha incierta que los historiadores sitúan entre el 17 y el 19 de agosto de 1936. Un año antes, en 1935, Lorca había estado en Barcelona para la representación de su obra ‘Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores’ y había dedicado unas palabras a La Rambla que, en estos días de luto, vuelven a cobrar vida.
“La calle más alegre del mundo, la calle donde viven juntas a la vez las cuatro estaciones del año, la única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca, rica en sonidos, abundante de brisas, hermosa de encuentros, antigua de sangre: Rambla de Barcelona”, decía Lorca.
Y añadía en su discurso que leyó dos veces, primero en el teatro Palace y luego en una cena del hotel Majestic: “Como una balanza, la Rambla tiene su fiel y su equilibrio en el mercado de las flores donde la ciudad acude para cantar bautizos y bodas sobre ramos frescos de esperanza y donde acude agitando lágrimas y cintas en las coronas para sus muertos. Estos puestos de alegría entre los árboles ciudadanos son el regalo del ramblista y su recreo y aunque de noche aparezcan solos, casi como catafalcos de hierro, tienen un aire señor y delicado que parece decir al noctámbulo: «Levántate mañana para vernos, nosotros somos el día».
Nadie que visite Barcelona puede olvidar esta calle que las flores convierten en insospechado invernadero, ni dejarse de sorprender por la locura mozartiana de estos pájaros, que, si bien se vengan a veces del transeúnte de modo un poquito incorrecto, dan en cambio a la Rambla un aire acribillado de plata y hacen caer sobre sus amigos una lluvia adormecedora de invisibles lentejuelas que colman nuestro corazón.
Se dice, y es verdad, que ningún barcelonés puede dormir tranquilo si no ha paseado por la Rambla por lo menos una vez, y a mí me ocurre otro tanto estos días que vivo en vuestra hermosísima ciudad.
Toda la esencia de la gran Barcelona, de la perenne, la insobornable, está en esta calle que tiene un ala gótica donde se oyen fuentes romanas y laúdes del quince y otra ala abigarrada, cruel, increíble, donde se oyen los acordeones de todos los marineros del mundo y hay un vuelo nocturno de labios pintados y carcajadas al amanecer”.
No era la primera vez que el autor de Romancero gitano y Bodas de sangre visitaba Cataluña. En 1925 estuvo invitado por Dalí y pasó por Cadaqués y Figueras, además de Barcelona, donde ofreció una lectura de sus poemas en el Ateneu. Sería, sin embargo, la última. La zona de Granada, donde Lorca buscó refugio desde julio de 1936, fue una de las primeras que tomaron las tropas sublevadas.
El 16 de agosto fue detenido y fusilado tras pasar su última noche en el pueblo de Víznar donde su cuerpo continúa enterrado en una fosa común anónima. Se le acusó de tres delitos: comunista, homosexual y masón.
Estos días los barceloneses y las barcelonesas acuden a La Rambla porque quieren que vuelva a la vida tras la tragedia, quieren que siga siendo la misma que cautivó a Lorca y que atrae a miles de visitantes cada día. Como el poeta, todos desearíamos que La Rambla no se acabara nunca.