En Catalunya, la mayoría queremos seguir disfrutando de una convivencia pacífica. Apelar a la homogeneidad reivindicativa de los ciudadanos que vivimos en Catalunya es una más de las artimañas que nos depara el lenguaje soberanista. Aquí hay de todo, para bien de la democracia
¡Ya está bien! Hasta aquí hemos llegado. Basta de invocar al “pueblo” para legitimar la radicalización del independentismo. Aquí nadie es “pueblo”: apelar a la homogeneidad reivindicativa de los ciudadanos que vivimos en Catalunya es una más de las artimañas que nos depara el lenguaje soberanista. Aquí hay de todo, para bien de la democracia. Nadad de la Libertad guiando al pueblo de Delacroix, por favor. Nada de asaltos a La Bastilla, por favor.
En Catalunya, la mayoría queremos seguir disfrutando de una convivencia pacífica de la que hemos hecho gala y ejemplo durante tantos años. Nada de “borrón y cuenta nueva”, por favor. Menos aún cuando se pretende arrastrar a más de la mitad de la ciudadanía que vive en Catalunya a una aventura de la que se ignora itinerario y destino. Por cierto, nada de “unidad de destino”, por favor. Aquí no estamos para vestirnos todos con la misma camiseta en desfile desafiante. Nada de uniformes, por favor. Nos ha costado mucho –y quizás no hayamos llegado todavía- alcanzar el respeto a las diferencias y al pluralismo político para que ahora unos pocos parlamentarios por encima del 50% pretendan pasar página y llevarnos a un nuevo Estado uniformado sobre las inventadas esencias de un pueblo marcado por la gracia histórica. Nada de uniformes, por favor. Menos aún de himnos y banderas. ¡Oh, no! Otra vez no. Eso si que es pantalla pasada de televisión de blanco y negro, y de los documentales que testimonian momentos en que la historia muestra sus peores registros. Qué pena tanto chaval y chavala joven redescubriendo esencias patrias donde asentar ideas ajadas por el uso que de ellas han hecho los peores años de Europa. Demasiado sentimentalismo de romanticismo rancio que invita a la división y a la solución binaria de conflictos complejos. Conmigo o contra mi. Azul o rojo, Unionista o soberanista. Favorable o no favorable a la causa.
Otra vez no. Todo abierto en canal por la testarudez y el encono de suicidas políticos. Todo triturado por la única causa por la que es digno luchar; luego, vencidos o derrotados, ya veremos. Lenguaje guerrero: hasta la cárcel y lo que sea. Pacata, patética, ridícula mímesis del bueno de Allende. Suicidas políticos que pugnan por arrastrar en su caída a la duda razonable y a cualquier otro considerando; suicidas en pos de un horizonte de teletubis donde ya no habrá llanto ni el crujir de dientes. ¡Pero si esa página la hemos pasado! No hace tanto que se nos vendieron todo tipo de sociedades ideales sobre la base de que la realidad es vomitiva y que aquí estamos nosotros para enmendar el entuerto. Por suerte esas felices utopías, ahora reivindicadas –paradójicamente- por los nuevos adalides de la libertad y de la democracia, ya no forman parte, no pueden formar parte, de un programa político plausible y creíble. ¿Quién puede, quién osa creer, que los dirigentes independentistas y sus adláteres movilizadores de masas sean nobles garantes de un futuro país idílico? Pero, ¡si ni siquiera hemos votado a nuestro President! Hace años que el Govern sólo piensa en el driblaje legal, en jugar al ratón y al gato, rechazando arbitrajes y llamadas a la calma. Hace años que recortan y a pesar de ello Catalunya tiene un déficit monumental. La pobreza infantil avanza a pesar de que ya contamos con 32.000 millonarios catalanes. En lo que llevamos de 2017 los turistas nos han dejado más de 8.000 millones de euros que los mileuristas (o menos) no acaban de ver. Mal. ¿Referéndum a la brava? Mal comienzo para una nueva Icària (ahora con acento grave) que quiere nacer pasándose de lista. Mal presagio. La democracia se funda en el voto pero éste no siempre funda la democracia. ¡Mucho cuidado con invocarlo como instrumento totémico! Cuántos ejemplos hay de democracias hundidas por el voto, o si más no, seriamente amenazadas. Podemos remontarnos a los votos favorables que obtuvieron los “republicanos” nazis o fascistas. Pero sin llegar a este extremo tenemos justo enfrente a otros populistas estilo Trump, Farage o Putin (¡cuya popularidad en Rusia solo es segunda después de Stalin!). Podrían citarse otros muchos ejemplos de caudillajes populistas que han terminado la democracia a través del voto de masas enardecidas por el discurso del “punto y aparte”. Es probable que se imponga una tregua inspirada en el sentido común, y las urnas no salgan a la calle en Octubre. Pero si salen en plan folclórico, ni verlas. A veces, por su propia salud, la democracia exige la abstención.