Barcelona no es de nadie porque es un actor político con entidad propia. Su cultura urbana creativa y sofisticada, repleta, naturalmente, de contradicciones, representa la nueva estela de espacios de convivencia transfronterizos abiertos a desafíos emergentes. Entiende el lenguaje de la interdependencia y por eso es capaz de hermanarse con otras urbes. Barcelona es universal y ha conseguido algo en lo que ya demuestran poca pericia los Estados: crear poder. «Barcelona» (El País, 19 de agosto de 2017)