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Cuando desde la política, como pasa ahora con el proceso independentista, se penaliza a los dudosos, el debate democrático se deteriora. No importan tanto las razones del otro como la fe ciega en el relato propio. La democracia deja de ser el arte de resolver civilizadamente los conflictos para convertirse en un campo de batalla. En esta lógica de guerra, el blanco de las críticas son los políticos que osan verbalizar sus dudas. La duda no sólo deja de ser un valor político, sino que se convierte en causa objetiva de despido. Es el caso, en un grado u otro, de los consellers y altos cargos que se han visto obligados a dejar el Govern de Puigdemont. «El lenguaje del proceso» (La Vanguardia, 21 de julio de 2017)