La evolución de la cuestión catalana va a depender de variables como la evolución a su vez de la política española, de la política europea e internacional, y de la fuerza y cohesión del independentismo (este artículo es un extracto de La cuestión catalana: hechos, escenarios y evolución deseable publicado por la Fundación Friedrich Ebert)
La fragmentación política de Cataluña es el reflejo de una realidad social, sociolingüística, geográfica y económica compleja y plural. La mayoría de los ciudadanos de Cataluña tienen el castellano como primer idioma, aunque especialmente entre las jóvenes generaciones la inmensa mayoría es totalmente bilingüe (además de producirse un peso creciente de población extranjera inmigrada). Las familias que tienen el catalán como primera lengua son hegemónicas fuera del área metropolitana de Barcelona, en las zonas que tienen un mayor peso parlamentario debido al sistema electoral vigente y donde hay un mayor número de municipios (más de 900 en el conjunto de la comunidad). El independentismo es muy mayoritario entre los votantes catalanoparlantes y no lo es entre los que tienen el castellano como primer idioma, muchos de ellos descendientes de los trabajadores que emigraron a Cataluña desde el resto de España en los años 1960 y 1970. El catalán es la lengua principal del sistema escolar desde los años 1980, tras décadas de predominio del castellano, que era el único idioma oficial en la dictadura franquista, aunque su uso fue promovido por las élites desde siglos atrás. El idioma castellano sigue muy presente entre la sociedad catalana por la inercia familiar, y por su peso en los medios de comunicación, el cine y las redes.
Cataluña es un caso paradigmático de uso de los medios que confiere un sistema descentralizado para promover un movimiento secesionista. En Quebec y Escocia el ascenso del secesionismo también fue impulsado por gobiernos sub-centrales con poderes relevantes. En Cataluña sin embargo se han producido tendencias más inquietantes todavía al producirse un abuso partidista escandaloso de los medios de comunicación públicos dependientes del gobierno autonómico. La mayoría independentista además juega permanentemente al límite de la legalidad intentando ir más allá de los límites constitucionales, mientras se somete a la población a una división social (que de momento no ha derivado en enfrentamientos violentos) provocada por la promoción propagandística constante de un marco mental nacionalista, con pocos precedentes en la historia de Cataluña. La actitud del PP y el primer ministro Mariano Rajoy de momento ha sido de cumplimiento escrupuloso de la legalidad, pero sin abordar los problemas políticos de fondo que están en la base del desencuentro entre una parte importante de la ciudadanía catalana y el conjunto de España.
La evolución de la cuestión catalana va a depender de variables como la evolución a su vez de la política española, de la política europea e internacional, y de la fuerza y cohesión del independentismo. La estrategia de los líderes secesionistas será intentar reforzar la idea de que un referéndum de autodeterminación es un derecho democrático obvio, pese a que no cabe en el marco constitucional español, como no cabe en el de la inmensa mayoría de las democracias desarrolladas. Un referéndum como el de Escocia agravaría la división de la sociedad catalana y reduciría todavía más la cohesión y visibilidad de los proyectos de izquierda y centro-izquierda.
La tensión que producirá esta reclamación seguirá tensionando probablemente a la sociedad catalana, que vivirá previsiblemente unas nuevas elecciones autonómicas adelantadas (las terceras desde 2012) al frustrarse los intentos de celebrar un referéndum. Es posible que al gobierno español de Mariano Rajoy y al propio independentismo les convenga la prolongación de la situación actual de parálisis (institucional y del gobierno autonómico), ya que del enfrentamiento más o menos estable y casi institucionalizado ambos extraen réditos políticos. Si Europa se mantiene unida y supera las amenazas del populismo antieuropeo, parece difícil imaginar un contexto internacional que favorezca una crisis constitucional agravada en España. Aunque los líderes del independentismo catalán pretenden distanciarse de los neo-populismos de otros países, lo cierto es que estos movimientos les han apoyado explícitamente (la Liga Norte, los Auténticos Finlandeses…) y que existe una complementariedad estratégica entre las fuerzas que desean un debilitamiento del proyecto europeo y quienes desean la disgregación de algunos estados-miembro.
Mientras tanto, si se generara un clima de diálogo, en España podría haber un consenso por un régimen lingüístico como el de Canadá, Bélgica o Suiza; por un Senado federal parecido al de Alemania; por un reconocimiento de las identidades singulares (y que cada uno las llame como quiera, relativizando y desdramatizando el uso del término “nación”); donde se delimiten bien las competencias de las distintas administraciones como sugiere la declaración de Granada del PSOE; con unos criterios de financiación e inversión territoriales más transparentes que los actuales; en una Europa con una política fiscal común, y un presupuesto digno de este nombre. Es dudoso que las fuerzas políticas actuales acepten negociar en un clima de buena voluntad un acuerdo formal de este tipo (aunque sus principios no estén muy alejados de su contenido) debido a los incentivos electorales que tienen.
Un federalismo español y europeo estable y robusto contribuiría a mejorar el contexto en que se desarrolla la cuestión catalana. Las soluciones ad hoc, los saltos al vacío y los parches temporales difícilmente resolverán los problemas de fondo. España podría ser mucho más estable, eficiente y productiva con este problema solucionado.
Detrás del rápido ascenso del apoyo al independentismo en los últimos años (pese a no superar en las elecciones y encuestas el umbral del 50% de los votantes) se halla el hecho, como afirma en su dossier sobre el tema el Financial Times, de que “a pesar de la aclamada transición de España desde la dictadura franquista a la democracia, todavía no ha construido un hogar plurinacional lo suficientemente cómodo para los pueblos cultural y lingüísticamente distintos. La España democrática les dio poderes reales. Pero para apaciguar a los nacionalistas españoles, se otorgó algún tipo de regla casera a otras 15 regiones. Los españoles, los catalanes y los vascos necesitan revisar la idea de convivencia”. El federalismo puede ser la salida.
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