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Entre el 25 de julio al 11 de agosto de 1992 se practicó con toda normalidad el multi-lingüismo y la multi-capitalidad, dos de los rasgos deseables de un modelo federal. La voz de Constantino Romero nos acostumbró a que el catalán y el castellano podían estar al mismo nivel, junto al inglés y el francés. Barcelona compartió protagonismo con Sevilla y Madrid en los llamados fastos del 92, pero también descentralizó las sedes olímpicas por todo el territorio catalán y más allá, con pruebas en otras Comunidades Autónomas. A veces parece que la generación política que no supo darle continuidad a ese federalismo arroje la toalla. Algunos de sus miembros dicen que es “demasiado tarde”. Para lo que es demasiado tarde es para el Estado-nación tradicional, para el centralismo y para el repliegue identitario. Otras generaciones recogerán el relevo de la antorcha federal, las mismas que se oponen al nacional-populismo en las grandes metrópolis de Europa y América. “Los Juegos Olímpicos del federalismo” (El País, 25 de julio de 2017)