La libertad y la democracia se construyen cada día con lealtad y respeto. La lealtad es un bien preciado y el requisito exigido a todo buen demócrata ante cualquier pacto o negociación. La libertad se ejerce sin arrebatarsela a los demás. La libertad, cuando no se conocen sus límites, se convierte en abuso
Yo me decía muchas veces: « ¿Por qué Cataluña pierde y ha perdido siempre?» La historia de Cataluña es esto: cada vez que el destino nos coloca en una de esas encrucijadas decisivas, en que los pueblos han de escoger entre varios caminos, el de su salvación y su encumbramiento, nosotros, los catalanes, nos metemos fatalmente, voluntariamente, estúpidamente, en un callejón sin salida. Y ahora hemos podido verlo y vivirlo con desgarradora lucidez, con dolor entrañable.
Las palabras que anteceden, son palabras de Gaziel publicadas en la Vanguardia el 19 de octubre de 1934, pocos días después del pronunciamiento de Companys, declarando unilateralmente la independencia de Cataluña desde el balcón de la Generalitat. La aventura duró poco y en la madrugada del día siguiente los responsables estaban encarcelados. Lo peor es que en aquel momento en que a Cataluña se le reconocía autonomía dentro de la República Española y se discutía sobre la federalización de los pueblos de la península ibérica, los gobernantes catalanes lanzaron un órdago que generó desconfianza sobre nuestra autonomía y provocó intentos centralizadores. El propio Azaña, expresidente de la República, que había luchado para conseguir el Estatuto para Cataluña, se mostraba decepcionado.
Gaziel no iba desencaminado en sus declaraciones, porque siempre que en España se han tenido momentos de mayor democracia, los gobernantes de Cataluña no han sabido actuar para profundizar en las libertades y han optado por el camino de la unilateralidad y del todo o nada. No solo han fracasado en sus intentos, sino que cada vez se ha perdido credibilidad y capacidad de influencia. Cataluña lo intentó el 5 de marzo de 1873, un mes después de que se estableciera la Primera República, mediante la proclamación del «Estado catalán federado con la república española», promovida por la burguesía para utilizar el independentismo como medio de presión. Aunque se llegó a hablar de formar un gobierno provisional, de convocar elecciones a Cortes catalanas y de disolver al ejército español en el territorio, la experiencia duró dos días y nadie apoyó a los dirigentes catalanes.
El 14 de abril de 1931, una hora después de que Companys saliera al balcón del Ayuntamiento de Barcelona para proclamar la segunda república española, el entonces presidente de Esquerra Republicana, Francesc Macià, apareció por sorpresa en el mismo lugar, proclamando el Estado catalán bajo el régimen de la República catalana, que libremente y con toda cordialidad anunciaba y pedía a los otros pueblos hermanos de España su colaboración en la creación de una Confederación de pueblos ibéricos».
Esta proclamación fue el primer problema que tuvo que afrontar el Gobierno Provisional de la Segunda República, y se resolvió pactando el compromiso del Gobierno de presentar en las futuras Cortes Constituyentes el Estatuto de Autonomía que decidiera Cataluña. La tercera y última proclamación, de la que hablaba Gaziel, se produjo en octubre de 1934, inmediatamente después de que se produjera la entrada de tres ministros de la CEDA en el gobierno de Alejandro Lerroux, tras desatarse la huelga revolucionaria convocada por los socialistas. El presidente de la Generalitat, Lluís Companys, proclamó de nuevo el Estado catalán, tras acusar al nuevo gobierno español de «monarquizante» y «fascista»: llamó a todos los catalanes al cumplimiento del deber y a la obediencia absoluta al Gobierno de la Generalitat, que desde ese momento rompía toda relación con las instituciones “falseadas” y declaraba la guerra al Estado español.
Las calles de Barcelona se llenaron de jóvenes de Esquerra armados con carabinas, pistolas automáticas e incluso ametralladoras. La ciudad se convirtió en el escenario de la batalla entre el Ejército contra los Mossos de Esquadra y cientos de simpatizantes independentistas.
A la mañana siguiente, Companys, los consejeros de la Generalitat, el alcalde de Barcelona y varios concejales de Esquerra fueron detenidos en la sede del Gobierno. Las calles se quedaron vacías de gente y poco a poco todo fue volviendo a la normalidad.
En estos momentos, después del periodo más largo vivido en España en democracia y cuando más energías necesitamos para cohesionar Europa, los gobernantes de Cataluña miran hacia el siglo pasado, desprecian las libertades conseguidas y se dedican a conducirnos unilateralmente hacia no se sabe dónde, con falta absoluta de transparencia y desprecio hacia el propio Parlamento catalán.
Alguien ha elaborado, clandestinamente, una ley de desconexión y cualquier día, mediante la incorporación sorpresiva de un punto del orden del día en medio de un debate parlamentario no previsto para esto, sin haber pasado por ninguna comisión, sin enmiendas, sin debate público ni parlamentario, se aprobará la ley. Hecha la ley, se procederá a realizar el referéndum, amenazando con hacer estallar una crisis de grandes dimensiones si alguien intenta impedirlo. Nos dicen que el referéndum será vinculante, y para ello ya tienen preparadas estructuras de estado. Las encuestas no dan para tantas seguridades, así es que lo que hay que prever es un referéndum amañado de resultado conocido, al más puro estilo totalitario. Para tranquilizarnos nos dicen que no nos preocupemos, que al día siguiente tendremos instrucciones para todos.
Con esto, lo único que se consigue es generar desconfianza en el resto de España y en los países de nuestro entorno. También se logra cargar de razones a aquellos a los que la libertad molesta y a los que querrían un estado más centralizado y menos democrático. La libertad y la democracia se construyen cada día con lealtad y respeto. La lealtad es un bien preciado y el requisito exigido a todo buen demócrata ante cualquier pacto o negociación. La libertad se ejerce sin arrebatarsela a los demás. La libertad, cuando no se conocen sus límites, se convierte en abuso.
No se puede hablar de democracia cuando se actúa sin transparencia, sin pacto ni reconocimiento mutuo y se actúa de forma oportunista con abuso de poder.
Ese mundo, que el independentismo asegura que nos mira, dirá que con tanta unilateralidad y mal hacer no somos de fiar y pensará que demostrando tanto desprecio por la democracia, que extraña gente somos… como decía Gaziel. ¡Por este camino, construido con “bulldozers” o máquinas niveladoras, que solos vamos a estar!