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Una segunda tesis que tampoco hay que desechar dice que el exjuez ha dicho en voz alta lo que los teóricos del proceso dicen (y escriben) en voz baja. Fue el president Mas, en vísperas de firmar el decreto de convocatoria del 9-N, quien teorizó esta táctica: “David no venció a Goliat por su fuerza, sino por su habilidad y astucia”. Y, desde entonces, la astucia ha sido la pauta de conducta de los impulsores del proceso. El último capítulo: el pacto secreto en el Parlament entre los grupos de Junts pel Sí y la CUP sobre la ley de transitoriedad jurídica o de desconexión

Santiago Vidal justificó sus declaraciones sobre la supuesta agenda oculta del proceso independentista con estas palabras: “Hace falta generar ilusión y ver que se están haciendo cosas”. Sus charlas en ciudades y pueblos de Catalunya tenían como finalidad elevar la moral de la gente.

Es decir, actuaba como aquellos cantantes de mis años mozos que hacían bolos en las fiestas mayores durante el verano. En el repertorio figuraba siempre la canción Rosó, de la comedia musical Pel teu amor, popularizada por Emili Vendrell.

Su estribillo decía así: “Rosó, Rosó, llum de la meva vida,/Rosó, Rosó, no desfacis ma il·lusió”. El exjuez trataba sólo de vender ilusiones sobre el incierto camino hacia la independencia, se ajustasen o no a la realidad,en sintonía con la definición de posverdad: “Relativo o referido a circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales”.

Demos por buena esta explicación, es decir, que las afirmaciones de Santiago Vidal respondían más al ilusionismo procesista que a la realidad de los hechos. La vía hacia la independencia, desde esta lógica, sería un camino de rosas. Se trata de una perspectiva que contrasta con la del independentismo político de primera hora: la secesión es posible, pero hay que asumir sus costes, es decir, una larga travesía del desierto.

La ilusión independentista de Santiago ­Vidal casa con aquella profecía de Francesc Pujols, según la cual llegará el día en que los catalanes viajaremos por el mundo y lo tendremos todo pagado. Este filósofo catalán, maître à penser de Salvador Dalí, la formuló en su obra Concepte general de la ciència ­catalana (1918). Reproduzco en catalán los términos exactos de su predicción: “ Tal vegada no ho veurem, perquè estarem morts i enterrats, però és segur que els qui vindran després de nosaltres veuran els reis de la Terra posar-se de genolls davant Catalunya (…) Molts catalans es posaran a plorar d’alegria; se’ls haurà d’assecar les llàgrimes amb un mocador. Perquè seran catalans, totes les seves despeses, on vagin, els seran pagades. Seran tan nombrosos que la gent no podrà acollir-los a tots com hostes de les seves vivendes, i els oferiran l’hotel, el més preuat regal que se li pugui fer a un català quan viatja. Al cap i a la fi, i pensant-hi bé, més valdrà ser català que milionari”.

Hasta aquí la tesis ilusionista sobre las confesiones de Santiago Vidal. Ojalá fuese cierta. Existe, sin embargo, una segunda tesis que tampoco hay que desechar: el exjuez ha dicho en voz alta lo que los teóricos del proceso dicen (y escriben) en voz baja. Fue el president Mas, en vísperas de firmar el decreto de convocatoria del 9-N, quien teorizó esta táctica: “David no venció a Goliat por su fuerza, sino por su habilidad y astucia”. Y, desde entonces, la astucia ha sido la pauta de conducta de los impulsores del proceso. El último capítulo: el pacto secreto en el Parlament entre los grupos de Junts pel Sí y la CUP sobre la ley de transitoriedad jurídica o de desconexión. En resumen, el proceso se mueve entre la utopía ilusionista de Santiago Vidal y la distopía de la astucia pregonada por Artur Mas. Pintan bastos.

La Vanguardia, 3 de febrero de 2017