Durante los últimos cinco años, el pleito catalán sólo ha tenido dos actores: independentismo e inmovilismo. Movimiento contra parálisis. Con los años, apaciguada la euforia, el independentismo empieza a descubrir límites. Elecciones y encuestas sostienen que es la corriente principal, pero que carece de fuerza para promover un cambio excepcional. Si no acaba de aceptar esta realidad, es porque esto equivaldría a abrazar el pesimismo que domina en occidente. El independentismo abandera novedad y virginidad en una España y una Europa deprimidas y desnortadas.
Pero el optimismo de los que propugnan la independencia está a punto de pasar la prueba del fuego de un referéndum que (si no es otra performance) implicaría un enfrentamiento con la legalidad. Esta prueba de fuego suscita una discusión entre los independentistas realistas (que quieren ralentizar el proceso con el objetivo de ampliar su base) y los idealistas (que proclaman la necesidad y la irreversibilidad de la ruptura unilateral). Después de que Puigdemont haya decidido no optar a la reelección, puede que los idealistas cuenten con su disposición a culminar el mandato con un gesto heroico o sacrificial.
El cambio más inesperado es la distensión retórica que han iniciado sectores principales del inmovilismo, dirigidos por Sáenz de Santamaría. De momento, ella se limita a frecuentar su presencia en Catalunya para subrayar, como hizo ayer en Reus, la agenda catalana del Estado. Todavía no formula un diagnóstico sobre las causas de lo que está sucediendo en Catalunya, aunque, causándole a Aznar una alergia, ha asumido el error de las mesas petitorias contra el Estatut. Como se vio en el encuentro de ayer con Junqueras, Sáenz de Santamaría no puede aceptar el referéndum, porque eso sería percibido como una rendición; de la misma manera que Junqueras y compañía ahora serían tachados de botiflers si aceptaran negociar infraestructuras y dinero a cambio del referéndum. La partida puede terminar como se dijo al principio: en choque de trenes. Pero también podría ser superada por una Opa inteligente y sonora que uno de los dos sectores propusiera a una parte de los que apoyan el adversario. A veces parece que Sáenz de Santamaría se atreverá a ello; cosa que también se dice de Junqueras, una vez acceda a la presidencia, después de las elecciones.
Cuando estos dos protagonistas puedan entenderse, podrían recurrir, sin abandonar sus objetivos estratégicos, a las propuestas que Herrero de Miñón (uno de los padres de la Constitución) hace desde el Consejo de Estado. En una entrevista concedida a El Español, después de recordar que “el recurso que el PP planteó fue un disparate” y que “la sentencia del TC tampoco fue un acierto”, afirma que no hay que remover la Constitución para arreglar el desaguisado, pues existe una salida más fácil: “Una disposición adicional de la Constitución que reconociera la personalidad de Catalunya y las competencias inherentes a esa personalidad, como la adicional primera respecto al País Vasco, podría tener unos efectos igualmente positivos”.
La Vanguardia (11 de diciembre de 2017)