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Si hay algo que se parezca a la religión es precisamente el culto nacional. Ambos se dotan de liturgias, profecías, mártires y advenimientos; de pasados arcádicos y de paraísos por venir; y, claro, de un ente superior y sagrado al que los fieles adoran. Dios y la nación. Como la existencia de Dios para los creyentes, la de la nación les parece a los nacionalistas una realidad indisputable. Ocurre, sin embargo, que las naciones no existen desde el origen de los tiempos, sino que se construyen y son, por tanto, contingentes. “El desafío” (El País, 10 de diciembre de 2016)