- «El argumento de volver al formato de pequeños Estados nación no es convincente porque estos deberían funcionar en los mercados globalizados en la misma línea que los conglomerados globales. Y esto significaría la total abdicación de la política frente a los imperativos de los mercados desregulados»
- «La UE tendría que realizar intentos perceptibles y convincentes de hacer frente a sus problemas más urgentes: la crisis del euro aún no resuelta, la crisis de los refugiados, y los problemas de seguridad. Sin embargo, ni siquiera estas tres cuestiones logran generar consenso en los 27 miembros del Consejo Europeo. Los compromisos sólo pueden alcanzarse si los socios están dispuestos a hacer concesiones»
- «Los británicos tenían una visión de la UE decididamente liberal, considerada como una zona de libre comercio, y esto se expresaba en una política de ampliación de la UE sin que a la par se profundizara en la cooperación. No a Schengen y no al euro. La actitud exclusivamente instrumental de la élite política hacia la UE quedó plasmada en la campaña a favor de la permanencia en la UE. Los tibios defensores de la permanencia en la UE se limitaron estrictamente a proyectar una campaña del miedo armada con argumentos económicos . ¿Cómo iba a ganarse a la población una actitud proeuropea, cuando los líderes políticos se habían estado comportando durante décadas como si una persecución despiadada estratégica de los intereses nacionales fuera suficiente para mantenerte dentro de una comunidad supranacional de estados?»
Entrevista a Jürgen Habermas (Social Europe, 12 de julio de 2016). Traducción y edición de Aida López y Beatriz Silva
Sr. Habermas , ¿pensó alguna vez que el Brexit sería posible ? ¿Qué sintió cuando se enteró de la victoria de la campaña a favor de la salida de la UE?
Nunca se me hubiera ocurrido que el populismo derrotaría al capitalismo en su país de origen . Dada la importancia existencial del sector bancario en Gran Bretaña, el poder de los medios de comunicación y la influencia política de la City de Londres, era poco probable que las cuestiones de identidad prevalecieran por encima de los intereses.
Ahora muchas personas están exigiendo referendos en otros países. ¿Un referéndum en Alemania arrojaría un resultado diferente al de Gran Bretaña?
Bueno, supongo que la integración europea era – y sigue siendo – de interés para la República Federal Alemana. En las primeras décadas de la posguerra, actuando con precaución como «buenos europeos», fue el modo en que conseguimos restaurar, paso a paso, una reputación nacional completamente devastada. Con el tiempo, pudimos contar con el apoyo de la UE para la reunificación. Visto con cierta perspectiva, además, Alemania ha resultado la gran beneficiaria de la unión monetaria europea incluso durante la crisis de la zona euro. Y puesto que Alemania, desde el 2010, ha podido hacer prevalecer sus puntos de vista ordoliberales frente a Francia y a los países del sur de Europa en el Consejo Europeo, para Angela Merkel y Wolfgang Schäuble ha resultado bastante fácil jugar el papel de los verdaderos defensores de la idea de Europa en su propio país. Por supuesto que esta es una forma muy nacionalista de mirar las cosas. Sin embargo, este gobierno no tendrá que sufrir el temor a que la prensa vaya a defender enfoques diferentes o a que quiera informar a la población acerca de las buenas razones por las que otros países puedan ver las cosas de manera totalmente contraria.
Por lo tanto, ¿está acusando a la prensa de acatar al gobierno sin rechistar? De hecho, Merkel difícilmente puede quejarse en cuanto al número de sus críticos. Al menos en lo que respecta a su política de refugiados.
En realidad, no es de eso de lo que estamos hablando. Pero no tengo tengo pelos en la lengua al respecto. La política de refugiados también ha dividido a la opinión pública alemana y a las actitudes de la prensa. Esta política ha puesto fin a largos años de una parálisis sin precedentes en el debate político público. Me refería a este periodo anterior, el de la crisis del euro, políticamente muy cargado. Fue entonces cuando se podría haber esperado una controversia igual de tumultuosa, desatada a raíz de la política del gobierno federal hacia la crisis. Un enfoque tecnocrático que marea la perdiz resultaría atacado como contraproducente en toda Europa. Pero no sucede así en las dos principales publicaciones diarias y semanales que leo regularmente. Si esta observación es correcta, entonces, como sociólogo, uno puede ponerse a buscar el porqué. Pero mi punto de vista es el de un lector de periódicos comprometido y me pregunto si la política más comúnmente practicada por Merkel de hacernos dormir de aburrimiento podría haber triunfado en el país sin una cierta complicidad por parte de la prensa. Los horizontes de pensamiento se estrechan si no se ofrecen puntos de vista alternativos. En este momento, veo que se está administrando una dosis similar de tranquilizantes. Al igual que en el informe que acabo de leer del último congreso político del SPD, donde la actitud del partido en el Gobierno por lo que al tema candente del Brexit se refiere, que debería ser del máximo interés para todo el mundo, se ve reducido a las próximas elecciones generales y a las relaciones personales entre el Sr. Gabriel y Schulz, adoptando así una óptica que podría tildarse de superficial e inmediata, o “de mayordomo”, citando a Hegel.
No obstante, el deseo británico de abandonar la UE ¿no es cierto que tiene una motivación nacional, de cosecha propia? ¿O acaso se trata de un síntoma de una crisis en la Unión Europea?
Nunca se me hubiera ocurrido que el populismo derrotaría al capitalismo en su país de origen. La respuesta es ambos. Los británicos tienen una historia detrás de ellos diferente de la del continente. La conciencia política de ser una gran potencia, dos veces victoriosa en el siglo XX, pero en declive global, vacila en aceptar su situación cambiante. Con esta conciencia nacional de sí misma, Gran Bretaña entró en una situación incómoda tras unirse a la CEE por motivos puramente económicos en el año 1973. Así pues, las élites políticas desde Thatcher a Cameron, pasando por Blair, no tenían intención de abandonar su visión distante de la Europa continental. Esta ya había sido la perspectiva de Churchill, cuando, en su merecidamente famoso discurso de Zurich de 1946, contemplaba al Imperio (Británico) desde el papel de padrino benévolo de una Europa unida – pero ciertamente no como parte de ella. La política británica en Bruselas ha sido siempre un pulso mantenido siguiendo el principio de «nadar y guardar la ropa».
¿Se refiere a su política económica?
Los británicos tenían una visión de la UE decididamente liberal, considerada como una zona de libre comercio, y esto se expresaba en una política de ampliación de la UE sin que a la par se profundizara en la cooperación. No a Schengen y no al euro. La actitud exclusivamente instrumental de la élite política hacia la UE quedó plasmada en la campaña a favor de la permanencia en la UE. Los tibios defensores de la permanencia en la UE se limitaron estrictamente a proyectar una campaña del miedo armada con argumentos económicos . ¿Cómo iba a ganarse a la población una actitud pro-europea, cuando los líderes políticos se habían estado comportando durante décadas como si una persecución despiadada estratégica de los intereses nacionales fuera suficiente para mantenerte dentro de una comunidad supranacional de estados? Visto desde lejos, este fracaso de las élites se materializa , con muchas diferencias y con sus respectivos matices, en los dos tipos de jugadores egocéntricos que conocemos como Cameron y Johnson.
En esta votación no se ha producido meramente una notable división según la edad, sino una fuerte brecha urbano-rural. La ciudad multicultural perdió. ¿Por qué esta repentina ruptura entre la identidad nacional y la integración europea ? ¿Los políticos de Europa subestimaron el poder persistente de la voluntad nacional y cultural?
Tiene razón , el voto británico también refleja un poco el estado general de crisis en la Unión Europea y sus estados miembros. Los analísis del voto apuntan a la misma clase de patrón que vimos en las elecciones a la presidencia de Austria y en nuestras propias recientes elecciones al parlamento alemán. La afluencia masiva a las urnas sugiere que los populistas tuvieron éxito en la movilización del sector que anteriormente pertenecía a la abstención. Estos últimos abrumadoramente se pueden encontrar entre los grupos marginados que se sienten castigados. A este análisis se une el otro hallazgo según el cuál los estratos más pobres, socialmente desfavorecidos y menos educados votaron mayoritariamente a favor de la salida de Europa. Por lo tanto, no sólo se han registrado patrones de voto de signo opuesto según sea el votante del campo o de la ciudad, sino que también la distribución geográfica de los votos a favor de la salida, que se acumulan en la región de los Midlands y partes de Gales – e incluyendo las antiguas zonas industriales abandonadas que no han podido recuperarse económicamente; estos datos apuntan a razones sociales y económicas para el Brexit. La percepción del drástico aumento de la desigualdad social y la sensación de impotencia, de que sus propios intereses ya no están representados en el plano político, todo esto genera el trasfondo de la movilización contra los extranjeros, de la voluntad de dejar atrás a Europa, del odio a Bruselas. En el contexto de una vida diaria insegura “los sentimientos de pertenencia nacional y cultural“ son de hecho elementos estabilizadores.
¿No son sólo cuestiones sociales? Existe una tendencia histórica a barrer hacia casa y renunciar a la cooperación. La supranacionalidad significa para la gente común la pérdida de control. Muchos piensan: sólo la nación ofrece la roca sobre la que aún se puede construir. ¿No es esto una prubea de que la transición de lo nacional a la democracia transnacional ha fracasado?
No se puede decir que se ha venido abajo un esfuerzo que apenas ha comenzado. Por supuesto, la llamada a recuperar el control, que ha jugado un papel en la campaña británica, es un síntoma que debe ser tomado en serio. En lo que realmente los observadores dieron en el blanco es en la irracionalidad evidente, no sólo del resultado, sino de toda la campaña. Las campañas de odio también están creciendo en el continente. Los rasgos socio-patológicos de esta desinhibida agresividad política apuntan al hecho de que las compulsiones sistémicas omnipresentes en una sociedad global coalescente, económicamente no administrada y digital, simplemente sobrerepresentan las formas de integración social que se obtienen democráticamente en el Estado nación. Esto desencadena comportamientos reaccionarios. Un ejemplo son las fantasías wilhelmianas de Jaroslav Kaczynski, mentor del actual gobierno polaco. Después del referéndum británico propuso la desintegración de la UE en una asociación informal de estados nacionales soberanos, de manera que éstos se fundan rápidamente en una gran potencia militar entre ruido de sables.
También se podría decir que Kaczynski se limita a reaccionar ante la pérdida de control del Estado-nación.
Como todos los síntomas, este sentimiento de pérdida de control tiene un núcleo real –el vaciamiento de las democracias nacionales que, hasta ahora, habían dado a los ciudadanos el derecho a participar en las decisiones importantes que condicionan su vida social. El referéndum de Reino Unido proporciona una prueba viva de la palabra clave: «post-democracia». Obviamente, se ha derrumbado la infraestructura sin la cual no puede haber una esfera pública sólida y competencia entre los partidos. Después de los análisis iniciales, los medios de comunicación y los partidos políticos de la oposición fallaron a la hora de informar a la población sobre cuestiones relevantes y hechos elementales, y mucho más a la hora de discernir los argumentos, a favor o en contra, de los puntos de vista políticos opuestos. La muy baja participación de las personas entre 18 y 24 años de edad, supuestamente perjudicados por los ancianos, es otro dato revelador.
La prensa es culpable una vez más…
No, pero el comportamiento de este grupo de edad ilustra la manera en que los jóvenes usan los medios en la era digital y cómo cambia la actitud hacia la política. En la ideología de Silicon Valley, el mercado y la tecnología salvarán a la sociedad y por tanto harán que algo tan antiguo como la democracia sea superflua. Un factor que hay que considerar seriamente en este asunto es la tendencia general hacia la integración cada vez más estrecha de los partidos políticos en el complejo organizativo del Estado. Y, por supuesto, no es una coincidencia que las políticas europeas no estén enraizadas en la sociedad civil. La Unión Europea se ha constituido de manera que las decisiones económicas básicas que afectan a la sociedad en su conjunto no figuran entre las decisiones democráticas. Este vaciamiento tecnocrático de la agenda diaria a la que se enfrentan los ciudadanos no es un destino de la naturaleza sino la consecuencia del diseño de los tratados. En este contexto, la intencionada separación política de la división de poder entre el nivel nacional y el europeo también juega un papel: el poder de la Unión se concentra allá donde los intereses del estado-nación se bloquean entre ellos. La transnacionalización de la democracia sería la respuesta correcta. En una sociedad global tan interdependiente, no hay otra manera de compensar la pérdida de control que los ciudadanos sienten y de la que se quejan; en realidad, esto es lo que ha pasado.
Pero casi nadie cree ya en esa transnacionalización de la democracia. El sociólogo Wolfgang Streeck dice que la UE es una máquina desreguladora que fue incapaz de proteger a las naciones del capitalismo salvaje, es más, que las abandonó a su suerte. Ahora bien, las naciones-estado deberían tomar el asunto en sus propias manos otra vez. ¿Por qué no debería haber una vuelta al antiguo capitalismo del Estado de bienestar?
El análisis de Streeck sobre la crisis se basa en datos empíricos convincentes. Comparto también su diagnóstico sobre el estado apergaminado de la sustancia democrática, que hasta ahora ha tomado forma institucional casi únicamente en el Estado nación. También comparto muchos diagnósticos parecidos de politólogos y abogados que se refieren a las consecuencias desdemocratizantes de la “gobernanza” -las nuevas formas políticas y legales de “gobernar más allá del Estado-nación”. Pero el argumento para volver al formato de pequeños Estados nación no me convence tanto. Porque estos deberían funcionar en los mercados globalizados en la misma línea que los conglomerados globales. Y esto significaría la total abdicación de la política frente a los imperativos de los mercados desregulados.
Hay un campo interesante en formación: Por un lado están los que piensan que la UE ha superado su propósito de ser un proyecto político y que el Brexit es una clara señal para eliminar Europa. La otra parte, la de Martin Schulz, por ejemplo, dice: “No podemos seguir así. La crisis de la UE se debe a la falta de profundización: existe el euro, pero no hay ni un gobierno europeo ni una política económica y social». ¿Quién tiene razón?
Cuando, en la mañana después del Brexit, Frank-Walter Steinmeier aprovechó el momento para invitar a los primeros ministros de los seis estados fundadores de la UE, Ángela Merkel sintió el peligro enseguida. Esa reunión podría haber sugerido a algunos que el deseo real era reconstruir Europa después de una serie de temblores. Al contrario, ella insistió en buscar un acuerdo entre los otros 27 Estados miembros. Sabiendo que en este círculo, y con líderes nacionalistas como Orban o Kaszinski, un acuerdo constructivo es imposible, Ángela Merkel quiso cortar de raíz cualquier pensamiento sobre una futura integración. En Bruselas exigió al Consejo que se mantuviese firme. Tal vez tiene la esperanza de poder neutralizar exhaustivamente las consecuencias económicas y comerciales del Brexit, o incluso de que se reviertan del todo.
Su crítica suena un poco antigua. Ha acusado mucho a la señora Merkel de acometer una política de agachar la cabeza y tirar hacia adelante. Al menos en la política europea.
Tengo miedo a que esa política de minimizar las cosas triunfe, aunque tal vez ya haya triunfado -aquí sin perspectiva, ¡por favor! El argumento es: “No te cabrees, la UE siempre ha cambiado”. De hecho, este ir saliendo del paso sin un final visible ante la actual, explosiva crisis europea, se traduce en que la UE nunca será capaz de caminar hacia delante “como antes”. Pero precipitarse y adaptarse a la normalidad de la “dinámica de estancamiento” se paga renunciando a cualquier intento de dar forma, políticamente, a los acontecimientos. Y es precisamente esta Ángela Merkel la que rechazó enfáticamente, en dos ocasiones, la extendida noción de los politólogos sobre la falta generalizada de espacio para acometer maniobras políticas -sobre el cambio climático y la acogida de refugiados. Sigmar Gabriel y Martin Schulz son las únicas voces destacadas con alguna traza de temperamento político que se niegan a aceptar la tímida retirada de la clase política ante cualquier intento de pensar, siquiera, con tres o cuatro años de antelación. Que el liderazgo político simplemente deje que el férreo puño de la historia tome el control no es un signo de realismo. “En casos de peligro y extrema emergencia, decidirse por el término medio lleva a la muerte” -últimamente pienso mucho en la película de mi amigo Alexander Kluge. Por supuesto solo desde la retrospección se entiende que podría haber otra solución. Pero para descartar una alternativa antes de que se haya intentado poner en marcha uno debe tratar de imaginar nuestra situación actual igual que un historiador mira al pasado presente.
¿Cómo puede uno imaginar la profundización de la Unión Europea sin que los ciudadanos se vean obligados a temer otra pérdida de control democrático? Hasta la fecha, cada profundización ha incrementado el euroescepticismo. Hace años, Wolfgang Schäuble y Karl Lamers hablaron de una Europa de dos velocidades, de un núcleo de Europa; y entonces usted estuvo de acuerdo con ellos. Así que, ¿cómo funcionará esta propuesta? Y, en tal caso, ¿no deberían cambiarse los tratados?
El llamamiento a un acuerdo que diera lugar a grandes cambios en el Tratado y a referéndos sólo tendría lugar si la UE llevara a cabo intentos perceptibles y convincentes de hacer frente a sus problemas más urgentes. La crisis del euro, aún no resuelta, el problema de larga duración de los refugiados, y los problemas de seguridad actuales se consideran ahora problemas urgentes. No obstante, ni siquiera la mera descripción de esos hechos logra generar consenso en el círculo cacofónico de los 27 miembros del Consejo Europeo. Los compromisos sólo pueden alcanzarse si los socios están dispuestos a hacer concesiones y eso significa que sus intereses no deben ser demasiado divergentes. Estos mínimos en cuanto a la convergencia de intereses es lo que se puede esperar en el mejor de los casos de los miembros de la zona euro. La historia de la crisis de la moneda común, cuyos orígenes han sido analizados a fondo por expertos, une íntimamente a estos países durante varios años – aunque de manera asimétrica. Por lo tanto, la zona euro delimitaría el tamaño natural de un futuro núcleo de Europa. Si estos países tuvieran voluntad política, entonces el principio básico de «cooperación más estrecha», previsto en los tratados, permitiría los primeros pasos hacia el acotamiento de ese núcleo – y, gracias a esto, la largamente esperada formación de un homólogo del Eurogrupo dentro del Parlamento Europeo.
Pero eso dividiría la UE.
Cierto, el argumento contra este plan es la “división”. En cualquier caso, asumiendo que se quiera la integración europea, este argumento es infundado. Porque solo un corazón que funcionase correctamente podría convencer a las poblaciones polarizadas de todos los Estados miembro de que el proyecto tiene sentido. Solo bajo estos fundamentos aquellas poblaciones que prefieren estar sujetas a su soberanía podrían convencerse gradualmente de unirse -una decisión que siempre estará abierta para ellos: en esta perspectiva debe de haber, desde el principio, un intento de hacer esperar entre bastidores a los Gobiernos para tolerar ese proyecto. El primer paso hacia un compromiso en la Eurozona es bastante obvio: Alemania deberá renunciar a su resistencia a una coordinación más estrecha de las políticas fiscales, económicas y sociales, y Francia deberá estar preparada para renunciar a su soberanía en estas mismas áreas.
¿Quién ha bloqueado todo esto?
Mi impresión desde hace mucho tiempo era que la posible oposición sería mayor en el lado francés. Pero esto ya no es así. Cada acción de profundización colapsa por la obstinada resistencia de la CDU/CSU gubernamental, que durante años ha decidido evitarle a sus votantes un mínimo de solidaridad con los ciudadanos de otros países europeos. Cuando las siguientes elecciones están en el horizonte, juegan con los egoísmos de la economía nacional -y sistemáticamente subestiman la disponibilidad de la mayoría de los ciudadanos alemanes a hacer concesiones en sus intereses a largo plazo. Se debería ofrecer, enérgicamente, una alternativa razonable y de largo aliento a la abrumadora continuación de su actual línea de acción.
El Brexit refuerza la influencia alemana y Alemania ha sido vista como hegemónica. ¿Cómo nace esa percepción?
La recuperación de la supuesta normalidad de los Estados nación llevó a un cambio en la mentalidad de nuestro país, que se dasarrolló durante décadas en la antigua Alemania del Este. Esto coincidió con un estilo de creciente autoestima y una insistencia más franca sobre la orientación “realista” de las actitudes políticas en la nueva República de Berlín hacia el mundo exterior. Desde 2010 hemos visto cómo el Gobierno alemán trata su indeseado y creciente papel de liderazgo en Europa pensando menos en lo general y más en su interés nacional. Incluso un editorial de Frankfurter Allgemeine Zeitung admite el efecto contraproducente de las políticas alemanas, “porque confunde más y más el liderazgo europeo con la imposición de sus propias ideas sobre el orden político”. Alemania es una potencia hegemónica reacia pero insensible e incapaz, que usa e ignora a la vez el alterado equilibrio de poder europeo. Esto provoca rencores, sobre todo en otros países de la Eurozona. ¿Cómo debería sentirse un español, portugués o griego que ha perdido su trabajo como resultado de la política de recortes decidida por el Consejo Europeo? No puede emplazar a los ministros alemanes que impusieron sus políticas en Bruselas: no puede votarlos ni echarlos de la administración. En lugar de esto, durante la crisis griega pudo leer cómo esos mismos políticos negaban enfadados cualquier tipo de responsabilidad en las desastrosas consecuencias sociales que habían causado, casualmente, sus programas de recortes. A menos que nos libremos de esta estructura antidemocrática y defectuosa, será difícil asombrarse por la campaña de desprestigio antieuropea. La única manera de que haya una democracia europea es intensificando la cooperación europea.
Por lo tanto, ¿lo que usted afirma es que los movimientos del ala más radical de la derecha sólo desaparecerán cuando haya más Europa y cuando la UE sea más profundamente democrática?
No, yo espero que vayan perdiendo terreno durante el proceso. Si mi punto de vista es correcto, entonces hoy todas las partes asumen que la Unión debe recuperar la confianza para aventajar a los populistas de derecha. Ese sector debe impresionar a los partidarios de la extrema derecha exhibiendo su musculatura. El lema reza: «menos visiones grandilocuentes y más soluciones prácticas.» Este punto de vista subyace tras la renuncia pública de Wolfgang Schäuble a su propia idea de un núcleo duro de Europa. Ahora depende por completo del intergubernamentalismo o de conseguir que los jefes de Estado y de gobierno arreglen las cosas entre ellos. Schäuble está supeditado a la apariencia de éxito en la cooperación entre estados nacionales fuertes. Pero los ejemplos que da – el mercado único digital defendido por el comisario Oettinger, la europeización de los presupuestos armamentísticos o la Unión Energética de la UE – difícilmente cumplirán el objetivo deseado de impresionar a la gente. Y, cuando se trata de problemas realmente acuciantes- él mismo habla de la política de refugiados y de la creación de un derecho de asilo europeo, pero aparca el tema del terrible desempleo juvenil en los países del sur – entonces los costos de la cooperación son tan altos como siempre lo han sido. Por lo tanto, el lado opuesto recomienda la alternativa de una cooperación más profunda y vinculante dentro de un círculo más pequeño de Estados dispuestos a cooperar. Tal Euro-Unión no tiene necesidad de buscar problemas sólo para demostrar su propia capacidad para actuar. Y, en el camino a la misma, los ciudadanos van a darse cuenta de que tal núcleo de Europa abordará esos problemas sociales y económicos que se esconden tras la inseguridad, el miedo al declive de la sociedad y la sensación de pérdida de control. El Estado del bienestar y la democracia forman juntos un nexo interior de tal naturaleza que ya no puede ser salvaguardado por un mero Estado-nación individual de una unión monetaria.
Traducción: Aida López
Edición: Beatriz Silva
Thomas Assheuer de DIE ZEIT condujo esta entrevista que se hizo a través del correo electrónico y cuya primera versión fue publicada en Alemania por DIE ZEIT. Esta versión es una traducción de la versión en inglés publicada por Social Europe.
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