Como en muchos otros ámbitos, también en el de la necesidad del reencuentro con el pasado las cosas en Cataluña se han desarrollado de una manera peculiar: aquí hay más memoria (mejor dicho, más fastos y celebraciones oficiales conmemorativas) del lejano 1714 que de un pasado reciente, y del que tanto podríamos aprender, como es el de la lucha antifranquista. Se diría que algunos se han propuesto construir, además de estructuras de Estado, estructuras de imaginario colectivo, acordes no con lo que hubo sino con lo que desearían que hubiera habido
A continuación reproducimos en exclusiva el capítulo 2 de “Travesía de la nada. Reflexiones sobre el argumentario independentista” (El Viejo Topo) de Manuel Cruz
El detonante de la reflexión que sigue fue una anécdota que en modo alguno quisiera dar por descontado que vale como categoría. Pero tal vez sí constituya un buen indicio, indicador o síntoma para pensar en las relaciones, no siempre suficientemente claras, que mantenemos con nuestro pasado. Confieso que, de la gala de los Goya del año 2015, hubo, al margen de la magnífica intervención de Antonio Banderas, una cosa que me llamó particularmente la atención, y fue el hecho de que las tres canciones que, actualizadas en sus arreglos e interpretadas por voces de hoy, pudieron escucharse en el escenario eran canciones que no solo estuvieron de moda durante el franquismo sino que, en algún caso, tuvieron éxito en las versiones de cantantes claramente identificados con dicha etapa (el inefable Raphael, sin ir más lejos,).
Me sorprendió un poco, lo reconozco, pero luego pensé que tal vez tenía algo de saludable esa recuperación, tras tantos años de una identificación, que no dudaría en calificar de engañosa, entre todo lo ocurrido durante el franquismo y el franquismo mismo. No me desagradaba fantasear la hipótesis de que alguien hubiera diseñado el acto con la intención de escenificar no tanto una reconciliación con aquella etapa como un reencuentro con ella. Un reencuentro que, por seguir con la hipótesis, perseguiría rescatar algo que la engañosa identificación señalada habría intentado imposibilitar, a base de propiciar su olvido. El algo en cuestión serían las experiencias vividas por muchas personas durante aquellos años, a todo ese ámbito que Manuel Vázquez Montalbán gustaba de denominar, tomando prestado el término unamuniano, la intrahistoria.
Parte de toda esa intrahistoria la podemos interpretar, sin duda, en clave casi directamente política, como gustaba de hacer el autor de Crónica sentimental de España cuando, por ejemplo, analizaba los mensajes ocultos que contenían las letras de muchas de las canciones populares de la época, como las coplas de Concha Piquer, en las que, al trasluz, podía encontrarse una descripción poetizada de las duras realidades que la censura se esforzaba tenazmente en ocultar. Pero tal vez otra parte de esa misma intrahistoria transcurría por diferentes cauces, o su contaminación política era menor, o expresaba, más que una concreta coyuntura social, la visión del mundo propia de aquel momento histórico. Reconstruir verazmente esa otra región del imaginario colectivo durante la última etapa del franquismo, intentando reducir al mínimo el autoengaño en cualquiera de sus variantes (incluida la épica, empeñada en convencernos, contra toda evidencia, que vivíamos en un país abarrotado de antifranquistas), probablemente tenga mucho de tarea pendiente. En la que nos jugamos algo más importante que el conocimiento de nuestro pasado: nos jugamos el conocimiento de nosotros mismos, con todas las contradicciones, incoherencias y desfallecimientos que, inevitablemente, nos constituyen en tanto que seres humanos.
Reconstruir verazmente esa otra región del imaginario colectivo durante la última etapa del franquismo, intentando reducir al mínimo el autoengaño en cualquiera de sus variantes (incluida la épica, empeñada en convencernos, contra toda evidencia, que vivíamos en un país abarrotado de antifranquistas), probablemente tenga mucho de tarea pendiente
Como en muchos otros ámbitos, también en el de la necesidad del reencuentro con el pasado las cosas en Cataluña se han desarrollado de una manera peculiar: aquí hay más memoria (mejor dicho, más fastos y celebraciones oficiales conmemorativas) del lejano 1714 que de un pasado reciente, y del que tanto podríamos aprender, como es el de la lucha antifranquista. Se diría que algunos se han propuesto construir, además de estructuras de Estado, estructuras de imaginario colectivo, acordes no con lo que hubo sino con lo que desearían que hubiera habido. Probablemente por esa razón una de las primeras iniciativas del gobierno de CiU en cuanto regresó al poder en 2010 fue la de, con la excusa de la crisis, desmantelar el Memorial Democràtic impulsado por Miquel Caminal, a buen seguro porque a los nuevos gobernantes les desagradaba profundamente tener que confrontarse con lo qué significó -y, sobre todo, quien protagonizó y quien se escaqueaba sistemáticamente- la resistencia antifranquista en Cataluña.
Actitud perfectamente paralela, por cierto, a la que tuvo en sus orígenes TV3 que, para sorpresa de muchos en aquel momento, nunca quiso dedicar ni programas específicos ni particular atención a los protagonistas de la nova cançó, a pesar de su notable contribución a la difusión de las reivindicaciones democráticas de la ciudadanía de este país y de su apoyo a la cultura popular catalana. Se conoce que pesaba más en el ánimo de los primeros responsables de la televisión pública catalana el hecho de que la mayoría de aquellos músicos estuvieran claramente identificados con la izquierda que el inequívoco valor social, cultural y político de su aportación.
¿Y qué hay de la otra región de la intrahistoria, la relacionada con la vida privada y las dimensiones más personales, cotidianas o íntimas? En Cataluña es mencionada de manera muy escasa, entre otras razones porque por aquella época no existía todavía TV3, depositaria oficial y exclusiva de la narrativa de pasado de la sociedad catalana. Repárese en que los años sesenta y primeros setenta apenas son evocados en ella si no es para aludir a determinados episodios relacionados con las reivindicaciones nacionales o lingüísticas, pero prácticamente nunca para reconstruir la realidad completa y compleja de nuestras vidas y experiencias de entonces. Imagino que porque habría que echar mano de determinadas fuentes documentales (el archivo de RTVE, películas, diarios y revistas de la época, etc.), y a muchos les incomodaría la imagen concreta que les devolverían tales espejos. Se verían sin duda mucho mejor adaptados, en todos los sentidos, a aquel mundo de lo que ahora les gustaría recordar.
Y si alguien cree que exagero, que acuda a las páginas del número 400 (primavera de 2014) de la revista L´Avenç, donde encontrará una reveladora entrevista con Artur Mas. En ella explica no sólo como su entorno familiar vivió el franquismo («es van anar acomodant a aquellas condicions, que eran las que eran») sino también las razones por las que, lejos de tomar conciencia política cuando ingresó en una Universidad en plena efervescencia en 1974, un año antes de la muerte de Franco, no lo hizo hasta principios de los noventa. Según sus propias palabras, porque “se hacía casi de todo menos clase”, y él pertenecía a un sector de estudiantes bien definido, cuyo perfil muchos lectores recordarán con nitidez. Eran los presuntos apolíticos que solían repetir que ellos iban a la facultad a estudiar.
Blog Esquerra sense fronteres, 21 de julio de 2016
El catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona y ex-presidente de ‘Federalistes d’Esquerres’, Manuel Cruz, presenta su libro «Travesía de la nada» (El Viejo Topo), en conversación con el catedrático de Historia Moderna y rector de la Universidad de Lleida, Roberto Fernández. El acto, moderado por la periodista Virtu Morón, se celebró en la librería Documenta de Barcelona.
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