En cuanto la CUP se ha negado por segunda vez a investir a Artur Mas, se ha quedado despojada del estado de gracia que la adornaba. Los simpáticos jóvenes de izquierda independentista que antes se abrazaban de manera cómplice con el presidente de la Generalitat han pasado a ser gentes inestables emocionalmente, radicales anticapitalistas, escasamente pactistas… En el puzzle soberanista catalán hay piezas que no acaban de encajar. No se puede aprobar una declaración el 9 de noviembre —en la que aseguras que no vas a obedecer al Tribunal Constitucional— y el día 27 de ese mismo mes presentar alegaciones ante la criticada instancia con el argumento de que el texto era poco menos que broma. «Infiltrados en la CUP» (El País, 6 de diciembre de 2015)