Opinión

Las fuerzas políticas españolas no deben limitarse a fraguar una alianza a la contra para defender la legalidad ni menos aún a constituir un frente antiindependentista. Ha llegado la hora de dar una respuesta en positivo: hay que abrir el melón de la reforma constitucional para rescatar a una ciudadanía -española y catalana- que está secuestrada por el inmovilismo y/o el rupturismo

Hace una semana decía que el problema del llamado proceso era su propia lógica: sus impulsores no sólo inventaron un vocabulario a medida, sino que pusieron el carro delante de los bueyes, como decimos en catalán. Sin embargo, no podía imaginarme que aquel mismo día Junts pel Sí y la CUP presentarían una resolución en el Parlament para iniciar el «proceso de desco­nexión» del Estado y para instar «al futuro Govern a cumplir exclusivamente aquellas normas y mandatos emanados de esta Cámara”. Algunos vieron en la propuesta el esperado choque de trenes. Pienso, sin embargo, que estamos asistiendo al descarrilamiento del convoy del proceso.

En el plano jurídico, como ha argumentado el president Montilla, afirmar desde la Cámara catalana el propósito de incumplir la ley no hace más que inhabilitar al propio Parlament para ejercer su función legislativa: “¿Con qué autoridad puede aprobar ­leyes un Parlamento -y hacerlas cumplir- si se manifiesta dispuesto a no respetar el marco legal e institucional que lo sustenta?”. Y, en el plano político, al instar al Govern a cumplir exclusivamente las normas emanadas del Parlament no sólo se dibuja un país autárquico, desligado de Europa y la comunidad internacional, sino que se le hace un traje a medida al futuro president, diseñado por la CUP, que más que un traje puede acabar siendo un chaleco.

Una cadena de despropósitos, en suma, que ha roto el silencio de los cultos que hasta ahora habían apoyado el proceso, empezando por notables representantes del propio Govern. Repito: el convoy ha descarrilado y el maquinista ha quedado inhabilitado para volverlo a poner en circulación. Pero con la misma rotundidad con la que hago esta afirmación, sostengo que las fuerzas políticas españolas no deben limitarse a fraguar una alianza a la contra para defender la legalidad ni menos aún a constituir un frente antiindependentista. Ha llegado la hora de dar una respuesta en positivo: hay que abrir el melón de la reforma constitucional para rescatar a una ciudadanía -española y catalana- que está secuestrada por el inmovilismo y/o el rupturismo.

Urge una reforma de la Constitución que ponga todos los temas sobre la mesa: desde la regeneración de la democracia hasta los pilares del Estado de bienestar pasando por la estructura federal del Estado y acabando por el papel de la monarquía, que debe arbitrar y moderar este proceso como garante de la unidad en la diversidad de los pueblos de España. Esta reforma debería permitir que los catalanes pudieran votar por seguir unidos a sus conciudadanos españoles antes de tener que hacerlo en un referéndum consultivo sobre la independencia.

Pero sólo una propuesta seria y valiente de las fuerzas políticas españolas será capaz de superar por elevación la Catalunya dual y de ganar a una parte de los votantes de Junts pel Sí para ese nuevo comienzo. Ya sé que se trata de una operación harto difícil, pero es bastante más fácil que la que afrontaron los constituyentes en 1978. Y, además, siempre es mejor abrir el melón que esperar a que se nos pudra en las manos.

 

La Vanguardia, 3 de noviembre de 2015