Opinión

Mas debe pactar con la CUP para salvar el proceso, pero ese pacto no le garantiza la acción de gobierno que sí podría alcanzar con otras fuerzas de la Cámara. Ni plebiscito ni elecciones -un país empatado consigo mismo y sin una mayoría estable de gobierno-, pero con daños colaterales fruto de la lógica identitaria del 27-S

Una pregunta recurrente se formula en relación con el caso del 3% que afecta a CDC. ¿Hasta qué punto este episodio judicial sobre presunta corrupción en el partido del Govern pone en riesgo la hoja de ruta independentista? Es evidente, como dice Joan B. Culla, que en el llamado proceso se aprovecha todo, como pasa con el cerdo. Partidarios y detractores utilizan cualquier acontecimiento para esgrimirlo como arma arrojadiza contra el adversario. Sin embargo, discrepo tanto de los que cargan las tintas contra el proceso para concluir que el oasis catalán es una fosa séptica cómo de aquellos que afirman que la independencia sería la panacea de todos los males.

La democracia es la forma civilizada de resolver los conflictos, pero no es el remedio para acabr con la conflictividad ni menos aún la contradictoria condición humana. Sostengo que el problema del proceso tiene su propia lógica. Sus impulsores no sólo se inventaron un vocabulario político a medida -pacto fiscal por concierto, derecho a decidir por autodeterminación…-, ­sino que pusieron el carro por delante de los bueyes, como decimos en catalán. Emprendieron la llamada vía escocesa, pero al revés: no sólo pidieron una consulta cuando en el Parlament no  había una mayoría independentista, sino que aprobaron una resolución de soberanía (23/I/2013) que proclama que “el pueblo de Cataluña tiene, por razones de legitimidad democrática, carácter de sujeto político y jurídico soberano”.

De haberse tomado al pie de la letra su resolución, el Parlament debía haber aprobado el día siguiente la DUI (declaración unilateral de independencia). El problema de fondo -repito- es la misma lógica del proceso. Ahora ha pasado igual con las elecciones plebiscitarias. El presidente agotó hasta el último día hábil -ayer mismo- para poder celebrar el pleno de constitución del Parlament, dada “la negociación de alta complejidad” entre Junts pel Sí y la CUP. Una alta complejidad que traduce un hecho: las elecciones no han servido ni para avalar el plebiscito -la mayoría absoluta de votos- ni para fraguar una mayoría de gobierno.

La contradictio in termini de las plebiscitarias no sólo se concretó en una campaña donde el eje identitario desplazó al programático, sino que rige la lógica postelectoral: Mas debe pactar con la CUP para salvar el proceso, pero este pacto no le garantiza la acción de gobierno que sí podría alcanzar con otras fuerzas de la Cámara. Ni plebiscito ni elecciones -un país empatado consigo mismo y sin una mayoría estable de gobierno-, pero con daños colaterales fruto de la lógica identitaria del 27-S: por primera vez, el primer partido de la oposición -Ciutadans- no pertenece a la tradición del catalanismo político. ERC ha sido engullida por la lista del presidente y el PSC va por el camino de la irrelevancia, como repiten los intérpretes del proceso.

No todo son malas noticias. Carme Forcadell fue elegida ayer nueva presidenta del Parlament de Cataluña. Se ha hecho legal lo que ya era normal en la calle: la expresidenta de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) preside nuestra asamblea nacional. Felicidades.

La Vanguardia, 27 de octubre de 2015