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Entre Cataluña y España hay un conflicto. Un conflicto aglutina opiniones, borra diferencias, distrae de los problemas prácticos reales y permite al dirigente de turno mostrar una firmeza ante el enemigo exterior que compensa su debilidad a la hora de sancionar las irregularidades que existen en su propia casa. No hay una razón de peso que justifique una ruptura que no aporta ventajas reales, que lleva aparejados grandes riesgos y graves secuelas y que sin duda engendrará innumerables situaciones personales dolorosas. «Sobre las elecciones catalanas» (El País, 30 de septiembre de 2015)