Ayer bajé a Plaza Sant Jaume como hago últimamente desde que tengo el hijo. A pesar de no ser una gran patriota ni adorar nuestro particular folclore ni sentirme cómoda entre las grandes multitudes, intento disfrutar de la fiesta de la ciudad y ver la cara de mi hijo cuando bailan los gigantes o salen las bestias de fuego. Mi ciudad de nacimiento que tanto amo por ser referente de tantas cosas (el deporte, el diseño, la calidad de vida, el cosmopolitismo …). El hecho es que el niño queda fascinado en estos actos y yo me resigno estoicamente a no ser en otro lugar con sillas y comodidades por el estilo. Ayer sin embargo, ya diferencia del resto de fiestas de la Merced, el espectáculo fue el de las banderas del balcón, que incluso quitar protagonismo durante un rato los renacuajos y gigantes que iniciaban su cortejo por la calle Ferran.Yo diría que la guerra de símbolos es en reiteración la más simbólica de todas. Sobre todo cuando ésta va acompañada de cierta agresividad como puede ver cualquiera que tenga interés en reproducir el evento en imágenes. Mi hijo y yo presenciamos el grotesco espectáculo en directo acompañado de los gritos de la multitud y la sonrisa de lado del Presidente Mas mientras hacía el gesto de las cuatro barras con los dedos. Me pregunto cuando los ciudadanos pasan a ser pueblo y el pueblo deja de serlo para convertirse en multitud, masa, en parte ya descontrolada que el único al que aspira es a llamar más o colgar la bandera más grande y aplaude cuando los que lo hacen son los representantes que han elegido. Si este es el pueblo, si estos son los representantes, si éste es el estilo, si así es como vamos a permitir que se utilicen nuestras instituciones, si esa es nuestra autoestima comunitaria, es bien evidente que necesitamos una reflexión. Todo lo que pasa, todo lo que hacemos, todo lo que llamamos, todo lo que despreciamos, todas las empujones, quedan ya en nuestro ADN, pasan a formar parte de nuestra historia también. De la más patética y en teoría de conflictos de la más peligrosa. No me cansaré de repetirlo. La escalada de la violencia se da cuando las partes tienen aspiraciones altas de conseguir lo que quieren, hay una falta de confianza entre ellas, casi no hay lazos o los que había se han roto, los vínculos que persisten son de antagonismo o beligerancia, los puntos de vista se polarizan, sobreviene el deseo de tomar la ley por su cuenta, el conflicto se dilata y se retrasa la resolución, se involucran subgrupos, se suscitan agravios entre las partes, se esgrimen argumentos ilógicos y faltan los criterios justos. Este es el punto donde estamos y tenemos en nuestras manos terminarlo domingo. Esperamos que así sea y poder devolver a ser ciudadanos plurales en una comunidad ejemplar y no demasiado en manos de los titiriteros que mueven los hilos desde el balcón.