Nacionalismo y federalismo se anteponen en sus principios básicos: mientras el nacionalismo trata de homogeneizar la sociedad, eliminando la diferencia a costa de la misma libertad individual, el federalismo parte del respeto a esta diferencia y genera convivencia y libertad para los individuos que la integran
Las verdades absolutas son conceptos que se aceptan emocionalmente sin razonamiento. Los individuos que se sienten imbuidos por este tipo de ideas se creen portadores de la verdad y son impermeables a las ideas de los demás e incapaces de negociar. Simplemente sienten que son incompatibles, tienen necesidad de separarse, de no contaminarse y, si pueden, de imponer su voluntad a los demás.
Los individuos que están convencidos con ideas irracionales «verdaderas» suelen tener características autoritarias y son poco democráticos. Se instituyen como vanguardias revolucionarias organizadoras del pueblo; utilizan la democracia para llegar al poder, pero no creen en ella: el derecho a decidir es válido mientras es movilizador; se presentan a las elecciones para ejercer determinados cargos y toman decisiones al margen de las competencias para las que han sido elegidos; hacen declaraciones unilaterales cuando ostentan el poder o cambian las constituciones, independientemente de los votos obtenidos durante el proceso; adecuan el relato de la realidad a sus creencias; se creen con derecho a adoctrinar a los niños de todos con sus verdades; excluyen de su sociedad a los diferentes y los despojan de derechos y muchas cosas más. Pero son atractivos para la gente, ya que los que forman parte del grupo se sienten parte de algo extraordinario, hacen historia cada día de su vida o trabajan activamente para su redención futura. De ejemplos, nuestra realidad nos provee generosamente todos los días.
Cualquiera que quiera negociar de buena fe con ellos, acabará cediendo irremediablemente. Cuando llegue al final del proceso observará con sorpresa que se ha situado en la agenda del otro y que el contrincante apenas se ha movido de su posición inicial. Habrá sido simplemente un útil compañero de viaje o un «dudoso» que no se ha dejado convencer.
Así es el nacionalismo y no hay nada de transversal en él. Por definición, y porque es portador de la verdad, no es negociador. Por ello, cualquier pacto o proceso de negociación que se quiera hacer de buena fe con el nacionalismo excluyente acabará situado en la agenda nacionalista, no en el punto intermedio como sería de esperar. Por eso al nacionalismo no le gusta el federalismo, porque el federalismo significa reconocimiento y aceptación del otro, solidaridad, pacto y respeto a las reglas del juego pactadas. Nacionalismo y federalismo se anteponen en sus principios básicos: mientras el nacionalismo trata de homogeneizar la sociedad, eliminando la diferencia a costa de la misma libertad individual, el federalismo parte del respeto a esta diferencia y genera convivencia y libertad para los individuos que la integran. Ante la globalización, cada vez las sociedades son más complejas y los problemas más globales, existiendo fuertes corrientes federalizantes para resolver los problemas que nos atañen a todos. El nacionalismo, al negar la diversidad y evitar “contaminarse”, va contracorriente y lo único que puede generar son sociedades cerradas al intercambio, autoritarias y culturalmente empobrecidas.
El nacionalismo genera sociedades divididas, establece fronteras con el diferente y es expansionista con el similar absorbible. La historia nos ha enseñado que el nacionalismo más excluyente se sienta a la mesa a negociar y luego boicotea los resultados, ya que su objetivo en la negociación es, únicamente, rebajar las expectativas del contrincante. Sólo hay que recordar el comportamiento de ERC durante la negociación y su abstención en el referéndum del Estatuto de Cataluña.
Nuestra historia reciente nos vuelve a demostrar que los partidos políticos que se han dejado influir por la retórica nacionalista, han terminado divididos y desmovilizados, con la mitad de sus componentes en el terreno del otro. Esta es la realidad y si las fuerzas políticas no lo quieren ver, peor nos irá a todos.
En Cataluña, el PP tras las últimas elecciones parece desaparecer del mapa, Ciudadanos tenía su techo marcado hasta que ha salido hacia España, Convergencia tiene dificultades para sobrevivir desde que tuvo la idea de tener como socio a los mejores unilaterales, los partidos históricos de izquierdas están divididos o desangrados, en plena discusión, absorbidos o escondidos en otros siglas, y los nuevos ya han mordido el anzuelo, aunque sigan convencidos de que buenamente pueden dominar la situación. Después del pasado domingo UDC, el mejor socio de Convergencia ya se partió en dos con una pregunta constitucionalista en un partido que desde su fundación ha sido constitucionalista por definición. Algunos políticos elegidos por UDC para participar en el gobierno de la federación ya juegan en el terreno del otro. ¿Quién será el siguiente?
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