¿Cómo sería de efectivo un referéndum sobre la pertenencia de Reino Unido a la Unión Europea con el fin de solucionar la cuestión a largo plazo? Andrew Glencross explica que, independientemente del resultado del referéndum, es probable que la cuestión de Europa continuara siendo central en la vida política británica
Un referéndum de salida de la UE está siendo percibido cada vez más y más por el público británico como la mejor manera de resolver un gran número de cuestiones políticas que la pertenencia a la UE genera. Una encuesta de Chatham House/YouGov muestra que el 60 por ciento de los británicos apoyan una votación popular para determinar la relación del país con la UE.
No es sorprendente que los partidos políticos también miren con buenos ojos la idea. David Cameron ha prometido un referéndum sobre la salida de la UE si el partido conservador gana las elecciones generales de mayo. El Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP) aprovecharía en su favor esta votación mientras que el líder laborista Ed Miliband ha prometido que mientras él se ocupe del tema no habrá “transferencia de poderes” a la UE sin un referéndum sobre la pertenencia a la UE – una repetición de la promesa hecha en el manifiesto Liberal Demócrata del 2010. Sin embargo, esta coincidencia política es intrigante puesto que apelar a la democracia directa en torno a la cuestión de la UE es poco probable que resuelva la relación del Reino Unido y su integración en Europa ni que tampoco resulte catártica por lo que respecta a la política británica.
Los peligros de dejar que la gente decida
La táctica de David Cameron consiste en calmar las dudas sobre Europa renegociando las condiciones de la pertenencia a la UE antes de consultar a la gente mediante referéndum. El precedente de esta estratagema la protagonizó el gobierno de Wilson, cuando intentó alterar las condiciones de la pertenencia británica a la Comunidad Económica Europea tras las elecciones generales de febrero de 1974.
Aunque el Reino Unido fue incapaz de cambiar el tratado de la Comunidad Económica Europea, el gobierno pudo presentar una propuesta sobre una renegociación con éxito basada en la creación de un fondo regional, un mecanismo de corrección presupuestaria y un acceso mejorado a las importaciones de alimentos de Nueva Zelanda. Pese a las divisiones internas dentro del consejo de ministros laborista, la campaña en favor del referéndum resultó favorable al gobierno, con un 67 por ciento de votantes a favor de la continuidad de Gran Bretaña en la Comunidad Económica Europea. Este resultado representó un gran viraje, ya que la encuesta Gallup había mostrado una mayoría del 55 por ciento a favor de dejar la CEE en enero de 1975.
Las encuestas actuales también muestran que el electorado británico se inclina más a apoyar la UE siempre y cuando se renegocien las condiciones de su pertenencia. El problema de cualquier político que busque satisfacer esta demanda es que, sin gran revuelo y habiendo carecido de reconocimiento público dentro del país, el Reino Unido ya ha venido dando forma a la integración europea de manera significativa desde el final de la Guerra Fría.
Una ampliación y expansión de los poderes en política exterior eran objetivos clave, mientras que en otras materias importantes el Reino Unido se está beneficiando de un sistema hecho a medida, consistente en “opciones de excepción” (el Acuerdo de Schengen y el Euro) y en un trato especial ( por ejemplo el sistema de votación de doble mayoría de la Autoridad Bancaria Europea). En estas circunstancias queda poco espacio para acomodar nuevas demandas británicas, especialmente aquellas que atentan contra principios fundamentales de la UE tales como la libre circulación de personas.
La probabilidad de una renegociación fallida ayuda a explicar por qué los euroescépticos conservadores consideran abiertamente una estrategia alternativa, como la de la “salida generosa “ propuesta por Boris Johnson. Sin embargo, esta esperanza se basa en un malentendido acerca de las restricciones a las que se enfrenta el Reino Unido como estado miembro de la UE. Tal y como el Centro para la Reforma Europea ha señalado, un análisis elaborado sobre la regulación de productos del mercado revela que el Reino Unido ya disfruta de menos burocracia que los Estados Unidos y que es el país que menos la padece de toda la UE, con excepción de los Países Bajos.
Por esta razón la UE ya dota al Reino Unido de flexibilidad, es decir, que la salida de la UE no podrá abrir paso a una desregulación repentina. Por lo que se refiere a la economía, el Reino Unido habría de contribuir a las arcas de la UE – al igual que lo hacen Noruega y Suiza – a cambio de acceso al mercado único. Ahorros sustanciales provenientes de salir de la costosa Política Agrícola Común quedarían contrarrestados por el hecho de haber de suministrar dinero del contribuyente para apoyar a los agricultores y a las comunidades rurales.
Por consiguiente, la salida de la UE implica volver a la mesa negociadora para encontrar el modo de conseguir mejores condiciones de comercio con los países europeos que las que ofrecen las normas de la Organización Mundial de Comercio. Acceder al mercado único desde afuera también tiene implicaciones en cuanto a los tratados de libre comercio con terceros países, ya que el Reino Unido tendría que ceñirse a algunos estándares regulatorios que Bruselas impone. Así pues, incluso como Estado no miembro, Gran Bretaña tendría que estar sumamente implicada en una serie de cuestiones políticas europeas. Podríamos argumentar, entonces, que la integración podría convertirse en un tema más politizado y destacado después de una salida británica.
Lo que es cierto es que una salida de la UE es un resultado muy realista de cualquier referéndum de pertenencia a la Unión Europea. Una campaña pro Unión Europea se enfrenta a grandes obstáculos, que incluyen una falta de objetivos de renegociación con impacto sensacionalista, un entorno mediático quejumbroso y una oposición populista de los conservadores euroescépticos y del UKIP.
Además, un referéndum de salida constituye un debate constitucional de facto del Reino Unido. En 1975 la preocupación era que los votantes escoceses rechazaran la CEE (las encuestas inicialmente mostraban que la opción de la salida de la CEE en Escocia llevaba 16 puntos de ventaja). Cuatro décadas después, el Partido Nacional Escocés, SNP, cree firmemente en la pertenencia a la UE; tanto es así que la ministra principal de Escocia y líder del SNP, Nicola Sturgeon, ha hecho un llamamiento al veto escocés a un resultado de salida de la UE a nivel de todo el Reino Unido. Un voto mayoritario favorable a dejar la UE reabriría inevitablemente divisiones en el seno de las cuatro naciones constitutivas del Reino Unido, divisiones que quedaron tan patentes en el referéndum para la independencia de Escocia en el 2014.
De ahí que la esperanza de que dejar decidir a la población sobre la salida de la UE podría “cicatrizar muchas viejas heridas y tener un efecto de limpieza en la política”, como el anterior primer ministro John Major afirmó recientemente, parece infundada. Incluso una campaña que diera vencedor al sí es poco probable que resultara catártica, ya que el status quo del acuerdo seguiría siendo materia de controversia. Los principios de libre circulación de la UE continuarán siendo discutibles para los partidarios de una politización populista de la cuestión de la inmigración. La posibilidad de ampliar le UE para incluir a los Balcanes o incluso a Turquía significa que esta facción del euroescepticismo todavía tiene una larga vida por delante.
La tentación electoral de establecer una correlación entre Europa y la cuestión de la inmigración sólo incrementa la posibilidad de que los conservadores encontraran imposible reagruparse tras una campaña de referéndum en la que el partido (del mismo modo que les sucedió a los laboristas en 1975) se dividiera en las facciones de eurófilos y euroescépticos. Tal como ha dejado patente la defección del miembro del parlamento inglés, Mark Reckless, en 2014, hay sólo una fina frontera que separa a los conservadores del UKIP. En consecuencia, un referéndum tiene el potencial de reconfigurar el centro derecha. En este contexto, es arriesgado concluir que solventando la cuestión europea a través de la democracia directa los conservadores fueran a mejorar necesariamente sus posibilidades de permanecer unidos.
Políticos de buena parte del espectro venden una imagen maquillada de un referéndum de salida de la UE que proporciona una solución simple y decisiva a un prolongado quebradero de cabeza político. En realidad la democracia directa no es una panacea, especialmente en el caso de decidir abandonar la UE. Dentro o fuera del club- como ya saben en Noruega, Suiza o Turquía- la integración europea no es un proceso del que el Reino Unido pueda quedarse totalmente al margen. Las cuestiones de política derivadas de las relaciones en el seno de la UE no pueden ni deben reducirse a una pregunta de dentro o fuera de la UE. En última instancia, la cuestión de Europa es de una naturaleza que perdurará y continuará siendo parte inherente del discurso político británico.
The UK’s relationship with Europe is too complex to be settled by a simple ‘in/out’ referendum (Blog de la London School of Economics. Traducción de Aida López Edo)
Este artículo se basa en un artículo más largo de la edición de marzo del 2015 del International Affairs, perteneciente a Chatham House.
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