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La Barcelona institucional se ha trabajado a pulso su papel de capital de Estado, demasiado aplastada bajo banderas gigantescas que no aportan grosor alguno ni ético ni intelectual ni cultural ni estético ni científico ni humanístico. De su iconografía se ha volatilizado una parte potentísima de su pasado, ligado al castellano y la cultura española y latinoamericana. Esa tradición no está extinguida y ni siquiera está desaparecida. Pero no se nota en el autorretrato de la ciudad o no forma parte de la mercancía cultural en la que se reconoce. Quizá la Barcelona institucional emprendió hace tiempo la ruta de la desconexión que hoy recomienda el presidente Mas. Pero esa desconexión deja fuera del patrimonio de la ciudad parte de su pasado reciente y de sus continuidades felices. «Barcelona desconexión» (El País, 05 de marzo de 2015)