Dotarse de estructuras federales significa reconocer que se gobierna una realidad sociológica complicada, en la que existen conflictos y antagonismos. Las propuestas federalistas que están surgiendo no eliminan los conflictos por sí solas pero representan un proyecto que se propone mirar de frente a los problemas. La pasividad no es un valor de izquierdas. El motor de la historia es, para la izquierda, la acción política transformadora, la búsqueda de alianzas de progreso que espoleen el cambio cuando la situación presente no satisface los intereses comunes, y en particular, los de los más vulnerables
Muchos de los países más desarrollados, equitativos y eficientes son estados federales: Alemania, Bélgica, Austria, Canadá, etc. Otros, como el Reino Unido, avanzan a grandes pasos hacia el federalismo. Lo hacen para ofrecer acomodo a la diversidad cultural, fijar claramente la distribución de competencias que corresponde a cada nivel de gobierno, establecer mecanismos de coordinación entre ellos, e incentivar la responsabilidad fiscal de los territorios, garantizando a las unidades federadas margen suficiente para recaudar tributos y adaptar las prioridades de gasto a las demandas y necesidades específicas de las poblaciones de cada territorio. Federarse es unirse para consagrar valores comunes de esa unión, comenzando por el principio de igualdad. En una federación nadie es más que otro, aunque las necesidades específicas de algún territorio puedan reclamar tratamientos especiales que permitan dotar de sentido al principio de igualdad. Es fácil de entender: un territorio bañado por el mar necesita competencias propias para gestionar puertos, uno atravesado por ríos las necesita para intervenir en la gestión de las cuencas fluviales. Una organización federal tiene que ser por naturaleza asimétrica, sin por ello, negar a nadie su condición de igual. En una federación, el centro tampoco es más que las unidades federadas. Las leyes que emanan del centro lo hacen en un marco en que la distribución de competencias es clara y las opciones de invadir espacios de autogobierno territorial se reducen al máximo. Es más, una federación contempla que las entidades federadas adquieran compromisos de participación en la toma de decisiones a nivel federal, y con ello, que sean corresponsables de los resultados que se deriven.
Sería intelectualmente deshonesto dejar de reconocer los progresos de España hacia un Estado federal. El nivel de descentralización alcanzado es muy alto, pero esa descentralización no ha terminado de cuajar en un modelo federal. Faltan algunos pasos que, en el contexto actual, no solo es necesario dar; es cada vez más urgente. Es imperioso, por ejemplo, cerrar un sistema de financiación que queda demasiado al albur de negociaciones bilaterales entre el aspirante a gobernar y partidos nacionalistas bisagra que, en situaciones de mayoría parlamentaria insuficiente, disfrutan de gran poder de negociación. Estos pactos particularistas alimentan agravios y tensiones entre las comunidades que participan en las negociaciones y otras que entienden, con razón, que deberían tener el mismo derecho a entrar en ellas.
Dotarse de estructuras federales significa reconocer que se gobierna una realidad sociológica complicada, en la que existen conflictos y antagonismos. Estos son, en buena medida, el resultado de trayectorias históricas salpicadas de crisis y conflictos, con sus víctimas y verdugos, pero donde a día de hoy son mayoría los ciudadanos deseosos de convivir en una sociedad prospera y solidaria.
Las propuestas federalistas que están surgiendo en los últimos años en nuestro país no eliminan los conflictos por sí solas, pero representan un proyecto que se propone mirar de frente a los problemas. Los federalistas aspiramos a encontrar vías institucionales para promover el diálogo, la armonización de intereses y la concordia allí donde existe discrepancia y el conflicto. Vivir en democracia es reconocer que existen diferencias, que estas pueden desembocar en conflictos, y que estos pueden enquistarse y crear tensiones de alto voltaje. E insisto en el término pueden. El condicional significa que la diferencia no conduce irremisiblemente a la tensión. Muy al contrario, bien gestionada, conduce a juegos de suma positiva, que dinamizan una sociedad, fomentan el enriquecimiento mutuo y sientan sobre bases sólidas la solidaridad. Como sucede en la mayoría de países federales. Pero para ello es necesario que las sociedades y sus dirigentes políticos reconozcan los problemas y afronten los desafíos que implican, en lugar de mirar a otra parte, restarles importancia o, intentar capitalizar las tensiones generadas.
Frente a problemas reales y acuciantes, la peor solución es el inmovilismo. Es la estrategia por la que ha optado el gobierno del Partido Popular: sentarse y esperar, ignorar el manifiesto agotamiento y disfunciones del modelo territorial actual, y culpar a los demás de las consecuencias provocadas por su inacción. La pasividad no es un valor de izquierdas. El motor de la historia es, para la izquierda, la acción política transformadora, la búsqueda de alianzas de progreso que espoleen el cambio cuando la situación presente no satisface los intereses comunes, y en particular, los de los más vulnerables. Por eso, los y las progresistas aragoneses estamos convocados mañana a dialogar sobre el modelo territorial en el Centro de Historias de Zaragoza. Una ocasión para demostrar que sí existen soluciones, y son de izquierdas.
(El Periodico de Aragón, 24 de febrero de 2015)