Yo, disculpen, no tengo ni idea de si habrá elecciones anticipadas, anticipadas y plebiscitarias, no anticipadas y refrendarias, etcétera, etcétera, especulaciones que dejo para la industria de la opinión que acompasa el proceso. Cuando haya elecciones, iré a votar y esperaré sentado con la ilusión, claro, de que al soberanismo no le salgan las cuentas -una vez más- y siga su ruta pero sin tantas prisas, exigencias, deformaciones históricas y económicas que siempre empiezan y terminan en el mismo punto: las culpas de nuestros males son de otros
Mentiría si dijera que anteanoche no me alegré del fracaso de la cacerolada convocada por la ANC para exigir elecciones. No les veo la gracia a las caceroladas -propias de países sin libertad de expresión y de cultura política atrasada- y me alegro de todo lo que contribuya a bajar los humos a quienes se han arrogado la voz, el sentir y aun los silencios de tantos catalanes como yo estos dos años largos de proceso.
No, no me caen bien la señora Forcadell ni la ANC: una organización que se representa a sí misma pero que nos habla en nombre de todos, nos imparte lecciones de democracia y ha confundido sus poderes y límites sin un elemental sentido de la modestia. Tampoco es extraño, porque no hay nada más alejado de la modestia y cercano a la superioridad moral que las tribus, con sus banderas, sus coreografías y ese trasfondo de que nosotros somos mejores que los que no piensan como nosotros.
Es lo que yo llamo la prueba del gandul. He conocido y tratado a gandules de medio mundo. Gente manifiestamente alérgica al trabajo, hábiles manejando excusas y, en algunos casos, tipos simpáticos que no tienen un no para divagar sobre la vida y la muerte con tal de no trabajar. Un gandul andaluz, tiremos de tópico, siempre te admite que no ha venido al mundo para trabajar y cita a Boabdil el Chico si le pilla de paso con tal de explicar su vagancia. Si el mismo tipo se dice soberanista, nunca admitirá que él sea un gandul porque los catalanes no son gandules: no le cabe en la cabeza.
Yo, disculpen, no tengo ni idea de si habrá elecciones anticipadas, anticipadas y plebiscitarias, no anticipadas y refrendarias, etcétera, etcétera, especulaciones que dejo para la industria de la opinión que acompasa el proceso. Cuando haya elecciones, iré a votar y esperaré sentado con la ilusión, claro, de que al soberanismo no le salgan las cuentas -una vez más- y siga su ruta pero sin tantas prisas, exigencias, deformaciones históricas y económicas que siempre empiezan y terminan en el mismo punto: las culpas de nuestros males son de otros.
¿Nos frotamos las manos los unionistas estos días? Un poco sí, la verdad. Pónganse en nuestro lugar: llevamos meses y meses pagando un error político del presidente Mas -el funeral del Majestic o las anticipadas del 2012-, soportando lecciones mesiánicas -como las de las señoras Forcadell y Casals- y dando por bueno que Europa nos ayudará a crearles un problema (¿acaso lo sucedido en Francia no va en contra del deseo soberanista de vivir a nuestro aire? Aspirar a un limbo internacional es muy legítimo, pero es ilusorio engañarse y fraudulento ocultar lo que supondría para el día a día de nuestras vidas).
Ya sé que el proceso seguirá adelante y no está muerto, pero se agradece que la realidad y los rigores del invierno le hayan bajado los humos.
(La Vanguardia, 14 de enero de 2015)