El populismo no sólo está ganando terreno en este ciclo de crisis, sino que contamina también a los partidos de la derecha tradicional (y de la izquierda) que traicionan por cálculos electorales. El debate de fondo no reside tanto en la conveniencia o no de las grandes coaliciones como en la necesidad de que estas se fundamenten en los pilares políticos de referencia: la democracia liberal, el modelo social y el europeísmo. Dicho a la manera de Bauman: que la política no administre los miedos sino que renueve la esperanza
Nunca segundas partes fueron buenas. Nicolas Sarkozy ha vuelto a tomar las riendas de la derecha francesa (UMP) para cabalgar hacia la presidencia de la República en las elecciones del 2017. Desde hace una semana es el nuevo presidente de la UMP, pero con sólo el 64,5% de los votos de la militancia (20 puntos menos que en el 2004). La designación de Sarkozy fue saludada con un irónico «habemus papam» por Alain Juppé, exprimer ministro y actual alcalde de Burdeos. Juppé -«el mejor de entre los nuestros», al decir de Jacques Chirac- será su principal rival en las primarias para elegir al presidenciable de la derecha. Sin embargo, la Francia a la que regresa Sarkozy es distinta de la que dejó en el 2012. Los franceses votaron entonces por François Hollande, en una especie de referéndum anti-Sarkozy, pero dos años y medio después el presidente socialista bate récords de impopularidad y ese desgaste no lo rentabiliza la derecha sino la extrema derecha de Marine Le Pen. La paradoja es que fue precisamente Sarkozy, en su época de ministro del Interior y en sus cinco años como presidente, quien se encargó de introducir los ítems del Frente Nacional en su discurso, hasta el punto de contribuir a la banalización de la extrema derecha, es decir, aquello que Robert Badinter llamó «la lepenización de los espíritus». Ahora, más de un tercio de los franceses secundan las tesis de la hija Le Pen… Siempre es mejor el guion original que la copia.
En efecto, en el otoño francés del 2005, cuando la muerte de dos jóvenes en Clichy-sous-Bois encendió las banlieues, el entonces ministro del Interior actuó de bombero pirómano: calificó de racaille (chusma) a los hijos de la inmigración que protagonizaban la revuelta y fortaleció su imagen de político de orden. Un sondeo así lo reflejó: el 68% de los franceses aprobaba su actuación (sumaba el 40% del electorado del PS y el 90% del de la extrema derecha). Los golpes de efecto de Sarkozy se multiplicaron al acceder a la presidencia en el 2007: debate sobre la identidad nacional, prohibición del burka, los test de ADN para inmigrantes, expulsión de los roms… En la campaña de las presidenciales del 2012 se le fue la mano: un discurso sobre la inmigración, teñido de islamofobia y de antieuropeísmo (amenazó con abandonar el espacio Schengen). El inspirador de ese giro radical fue Patrick Buisson, entonces asesor del Elíseo y otrora cercano a Jean-Marie Le Pen. La derrota de Sarkozy fue un voto sanción a una política marcada por golpes de efecto permanentes: llegó a la presidencia con la etiqueta de neoliberal -una première en la tradición gaullista-, celebró su victoria en Fouquet’s y en el yate de un multimillonario, y luego, en plena crisis financiera, habló de refundar el capitalismo.
En este contexto, el guion original del FN, edulcorado por Marine Le Pen en una metamorfosis hacia posiciones de derecha neopopulista, amenaza con hacer estallar el mapa político francés. Por una parte, la izquierda gobernante, que ha mostrado su impotencia a la hora de enderezar el rumbo económico de Francia. Y, por otra, una derecha que, como ha escrito un editorialista de L’Express (26/XI/2014), está fragmentada tanto en el terreno de los liderazgos como de las ideas: «Entre liberalismo y estatismo en la economía, europeísmo y soberanismo en la geopolítica, conservadurismo y progresismo en el modelo de sociedad, la UMP ha llegado a un punto máximo de división». El resultado, de no lograr Sarkozy recomponer la unidad interna, puede ser demoledor en las presidenciales del 2017: en el mejor de los escenarios, una victoria del candidato de la UMP en la segunda vuelta ante Marine Le Pen, con el concurso de los votos de izquierdas -fue ya el caso de Chirac frente a Jean-Marie Le Pen en el 2002- o, en la peor de las hipótesis, una pugna fratricida entre varios candidatos de la derecha en la primera vuelta, con una segunda vuelta que enfrentase a Marine Le Pen con el aspirante de la izquierda; entonces una parte del electorado de la derecha podría inclinarse por el FN y producir una implosión mayúscula.
Entre tanto, las lecciones del escenario francés son válidas para otros países de la Unión Europea. Es el caso de Gran Bretaña donde el conservador David Cameron acaba de suscribir una parte de los postulados de la derecha populista y antieuropea del Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP) al proponer una batería de propuestas para acotar la inmigración europea. Las medidas -entre las que destacan la expulsión de los inmigrantes de la UE que no encuentren trabajo en medio año y el requisito de residir cuatro años en el país para beneficiarse de ayudes sociales- intentan frenar el llamado efecto UKIP, el partido de Nigel Farage, que ha sumado su segundo diputado en Westminster gracias a la deserción de otro parlamentario tory. El populismo, en suma, no sólo está ganando terreno en este ciclo de crisis, sino que contamina también a los partidos de la derecha tradicional (y de la izquierda) que traicionan por cálculos electorales -las elecciones generales de mayo del 2015 en el caso de Cameron- sus valores de referencia. El arquetipo de esa tendencia es Sarkozy que durante su mandato conculcó los valores republicanos de los que era garante para sumergirse en las sucias aguas de la marea populista.
En este contexto, Alemania, de la mano de la gran coalición entre democristianos (CDU-CSU) y socialdemócratas (SPD) ha logrado frenar la deriva populista. Porque el debate de fondo no reside tanto en la conveniencia o no de las grandes coaliciones como en la necesidad de que estas se fundamenten en los pilares políticos de referencia: la democracia liberal, el modelo social y el europeísmo. Dicho a la manera de Bauman: que la política no administre los miedos sino que renueve la esperanza.
(La Vanguardia, 6 de diciembre de 2014)