El federalismo es universal, en el sentido que plantea una serie de principios que se basan en el gobierno multinivel y en el poder compartido, donde cada nivel de gobierno es elegido directamente y rinde cuentas directamente a los ciudadanos. Decidirlo todo es incompatible con la independencia de los estados-nación. Algunas cosas sólo las podremos decidir si nos organizamos con una arquitectura internacional democrática y federal
Siscu Baiges ha lanzado la idea de una Declaración Universal Federalista (DUF), como alternativa a la Declaració Unilateral de Independencia (DUI). Lógicamente, se trata de una broma, pero de una broma que ilumina aspectos interesantes de la disyuntiva entre federalismo e independentismo.
Efectivamente, el federalismo es multilateral, no unilateral, y está basado en el pacto y el diálogo. Reconoce la realidad obvia que en un mundo democrático, especialmente en una federación en construcción cómo es la Unión Europea, que nace de ser una unión de estados, las fronteras no se pueden decidir unilateralmente, si no es por la vía violenta.
Además, el federalismo es universal, en el sentido que es una propuesta ética que plantea una forma de arquitectura flexible, pero con una serie de principios que se pueden aplicar en todo el mundo, y que son especialmente adecuados para una realidad de identidades complejas y soberanías solapadas. Estos principios se basan en el gobierno multinivel y en el poder compartido, donde cada nivel de gobierno es elegido directamente y rinde cuentas directamente a los ciudadanos.
En el mundo hay problemas a diferentes niveles: algunos los podemos resolver en la escalera de vecinos, otros requieren una organización municipal, otros se tienen que resolver más arriba, hasta que llegamos a niveles continentales y globales.
Muchos de los grandes problemas de hoy son globales: la concentración creciente de la riqueza, el cambio climático, la inestabilidad financiera internacional, la regulación de la seguridad y la libertad de expresión en Internet. Esto no quiere decir que todos los problemas sean globales, y muchos, siguiendo el principio de subsidiariedad, siguen pudiéndose resolver a niveles más cercanos a los ciudadanos.
No se tiene que sacralizar ningún nivel de gobierno, y menos el estado-nación, que hoy está en gran parto obsoleto, y que tiene que practicar, especialmente en Europa (y ya está pasando), traspasos crecientes de soberanía a niveles superiores, en cuanto a la solución de problemas económicos, financieros y medioambientales.
El lema “independencia para cambiarlo todo” es en este sentido absurdo. ¿Frenaremos el cambio climático con la independencia de un país de 8 millones de habitantes en un mundo de 7000 millones? ¿Pararemos la concentración creciente de la riqueza? ¿El fraude fiscal organizado a nivel internacional? ¿La inestabilidad financiera? ¿El problema de la deuda?
La mayoría de nuestros principales problemas (la corrupción, la desigualdad, la regeneración democrática) son problemas compartidos. Los problemas que vienen, como los potenciales traslados masivos de población en las próximas décadas debidos al cambio climático, también serán problemas compartidos a gran escala. El federalismo tiene una base ética que responde precisamente a esta realidad: el universalismo. Los criterios que tienen que guiar la acción pública se basan en el principio que todos los seres humanos, de las generaciones actuales y futuras, tienen los mismos derechos.
Quién diga que quiere decidir, y que quiere decidirlo todo, y se piense que diciendo esto está siendo neutral (¡que cómodo!) entre federalismo e independencia, comete un grave error. Decidirlo todo es incompatible con la independencia de los estados-nación. Algunas cosas sólo las podremos decidir si nos organizamos con una arquitectura internacional democrática y federal, donde cada cosa se decida democráticamente a su nivel óptimo. Por ejemplo, el problema del cambio climático sólo podremos decidir solucionarlo si la decisión se toma a nivel mundial, y quizás podremos influir un poco si como mínimo estamos organizados democráticamente a nivel europeo. A algunos esto todavía los suena a utópico, pero cuando surgieron los estados-nación, también estos fueron grandes innovaciones inverosímiles en su momento que levantaban enormemente la escalera de la solución de los problemas más allá del mundo local.
Queremos declarar el federalismo como un principio universal. Por lo tanto, no será de un día para otro. Pero ya está pasando. La mayoría de ciudadanos que viven en democracia lo hacen en federaciones. Incluso el Papa Francisco, en su intervención reciente en el Parlamento Europeo y su apoyo a la negociación entre Cuba y los Estados Unidos por una mayor integración del continente americano, está apretando a favor del federalismo, como argumenta Eugenio Scalfari. Si queremos un sistema que nos permita decidirlo todo democráticamente, este sólo puede ser el federalismo: un sistema que resuelva democráticamente cada problema a su nivel óptimo, y que lo haga teniendo en cuenta las complementariedades entre objetivos y la necesidad de tomar decisiones estables cuando están en juego decisiones irreversibles de las personas, como donde establecer una familia, qué carrera estudiar, en qué activos poner los ahorros. Hay que decidirlo todo pero decidirlo bien, implicando a la opinión pública en procesos de deliberación transparentes con la colaboración de expertos. Yo no quiero que las curas del cáncer estén en manos de referéndums convocados por la señora Forcadell o la monja Forcades. Quiero una democracia federal de calidad a todos los niveles.