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¿Y ahora qué? Urge poner en marcha la primera vía para acometer una reforma constitucional (federación y regeneración). Evidentemente, con un referéndum incluido: si decidimos juntos en 1978, démonos ahora la oportunidad de volver a hacerlo

El desapego creciente de muchos catalanes, del que el 9-N ha marcado la etapa culminante, se gestó durante la tramitación del Estatut del 2006 y cristalizó en la sentencia del Tribunal Constitucional de junio del 2010. El choque de trenes entre legalidad constitucional y legitimidad democrática se produjo ya entonces: una ley catalana, paccionada en las Cortes, aprobada con rango de ley orgánica española y luego refrendada, fue enmendada. Era la primera vez que sucedía. Desde aquel momento, la política ha brillado por su ausencia. El Gobierno de España parapetado en el no-no; el de la Generalitat, en el sí-sí. A cada negativa de Rajoy, Mas ha respondido pasando a la pantalla siguiente (pacto fiscal, Estado propio, derecho a decidir, soberanía, consulta, plebiscitarias…). No ha habido una negociación política en tiempo y forma.

El propio TC, en su sentencia sobre la Declaración de soberanía del Parlament -del 23 de enero del 2013-, hacía acto de contrición al reconocer que la Constitución «no aborda ni puede abordar expresamente todos los problemas» del Estado autonómico y al recordar que son los poderes públicos los que están llamados a resolverlos mediante el diálogo. El TC lanzaba un aviso: «En nuestro ordenamiento constitucional no tiene cabida un modelo de democracia militante», es decir, que imponga una adhesión incondicional a la Constitución e impida su reforma. El profesor Rubio Llorente lo ha dicho de manera más clara: «La reforma de la Constitución no tiene límites sustanciales sino sólo procedimentales».

¿Y ahora qué? Urge poner en marcha estos procedimientos -la primera vía- para acometer una reforma constitucional (federación y regeneración). Evidentemente, con un referéndum incluido:

si decidimos juntos en 1978, démonos ahora la oportunidad de volver a hacerlo. Pero, entonces sí, un eventual rechazo de ese nuevo comienzo abriría la puerta a la secesión de Catalunya… A no ser que la ola en auge del movimiento político de los anticasta tomase antes el relevo.

(La Vanguardia, 10 de noviembre de 2014)