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El domingo me voy a quedar en casa. Para que nadie piense que me da igual votar que votar de verdad, o sea, con garantías; y para que no puedan pensar que estoy de acuerdo en decidir solamente sobre lo que ellos han decidido que decida

El próximo domingo, no sé muy bien quién nos convoca a no sé muy bien qué. Habrá, parece ser, mesas, urnas y papeletas, pero no censo, ni interventores de todos los partidos, ni junta electoral. Tampoco me queda claro quién convoca. ¿La Generalitat? No, porque la Administración se expresa por escrito -para que las reglas estén claras-, y no lo ha hecho. ¿La ANC? Me dicen que en las mesas sólo habrá voluntarios de esa asociación, pero no me lo puedo creer: sería de república bananera, con pucherazo asegurado.

¿Y la pregunta? Da tres opciones, pero una de ellas tan confusa como si lo hubieran hecho a propósito. ¿Cómo se interpreta el sí-no? ¿Qué es un “Estado no independiente”? ¿Dónde queda el federalismo, solución preferida, según Metroscopia, por la mayoría de los catalanes?

Todo eso, en nombre de la democracia y del derecho a decidir. Pero ¿democracia no es respetar las leyes que emanan del voto ciudadano?, empezando por la Constitución que votamos entre todos (90% de síes en Catalunya) y que podemos cambiar, pero entre todos. No es imposible: bien que consiguió Clara Campoamor en 1931 que el Congreso diera el voto a las mujeres, y Adolfo Suárez en 1978 que se cambiara el modelo de Estado. Hay quienes por democracia entienden otra cosa: movilizaciones populares y hechos consumados en nombre de grandes ideas y contra un enemigo. Pero ese modelo ¿no les recuerda alguna situación histórica, o mejor dicho, más de una? ¿Y qué pasó en esas situaciones con los derechos humanos?

En cuanto al derecho a decidir, ¿quién lo discute? Todos queremos decidir. Pero lo primero que deberíamos decidir es sobre qué vamos a decidir, y eso no nos lo preguntan. De hecho, según las encuestas, la relación con España es sólo la cuarta de las preocupaciones de los catalanes. Pero como la agenda política la marcan las clases acomodadas de origen catalán, mucho más soberanistas que las clases bajas castellanohablantes (vean el capítulo de J. Arza y P. Marí-Klose en Cataluña, el mito de la secesión), no hay peligro de que pregunten sobre según qué cosas.

Por todo ello he decidido que el domingo me voy a quedar en casa. Para que nadie piense que me da igual votar que votar de verdad, o sea, con garantías; y para que no puedan pensar que estoy de acuerdo en decidir solamente sobre lo que ellos han decidido que decida.

(La Vanguardia, 6 de noviembre de 2014)