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Millones de catalanes se preocupan más por su día a día que por el triste espectáculo de sus dirigentes

La campaña y posterior referéndum sobre la independencia escocesa podrían resumirse en mucho ruido para el sí, pero el voto para el no. ¿Quiere decir esto que existía en Escocia una amplia mayoría que estaba a lo suyo, desconfiaba de los artificios y votó con sentido práctico? Probablemente. ¿Existe esta mayoría silenciosa en Catalunya? No lo sabemos, quizás algún día se sepa. Mientras tanto la especulación está permitida.

Desde luego hay muchos más motivos para reservarse la opinión y ver venir los acontecimientos que para militar en la calle por el indepedentismo. Es lógico, ¿no? Sigue habiendo una mayoría de catalanes saludablemente escépticos ante tanta agitación y tanto entusiasmo. Incluso muchos de los que pasearon festivamente con la camiseta bicolor el 11 de septiembre comparten la opinión que, según los medios de comunicación, expresó la vicepresidenta Ortega durante el primer megadebate de la coalición soberanista: quizás ha llegado la hora de echar el freno antes de que se nos rompa. En Catalunya, a pesar de los aspavientos y de la intoxicación mediática, la mayoría de la población siempre ha estado con el seny y no con la rauxa. Y es que somos así. Para bien y para mal. Y es que cuando vemos a según qué líderes desgañitarse ante un micro ensalzando las puras esencias de nuestro pueblo, nos da un repelús. Más ahora en que tantos historiadores han recordado nuestra efímera república de 1934. ¿No hicimos entonces -como estamos haciendo ahora- el ridículo?

El reciente sondeo de Metroscopia señala que desde febrero a octubre las posiciones políticas de los catalanes no han variado a pesar de que la temperatura política haya ido subiendo: el 50% está por alguna forma de tercera vía, el 15% opina que no nos moverán y el 30% está por la independencia; el restante 5%-10% no sabe-no contesta. Estos datos indican que nuestras opciones ante el futuro no dependen del fuego cruzado con el que se saludan cada mañana nuestros políticos en los diarios, sino que están fundamentadas en criterios previos a la crispación, a la movilización de masas y al caso Pujol. Esto me hace ser optimista sobre la capacidad de razonar de mis paisanos.

¿Quién hay detrás del 50% más razonable, que no está en la calle ni en los medios? Se trata de un grupo heterogéneo pero que comparte una opinión: virgencita, virgencita, ¡que me quede como estoy!, sabio y cauto proverbio castellano, muy útil cuando deben tomarse decisiones sobre alternativas de alto riesgo. Aquí nadie se quiere estampar contra el muro y menos perder lo ganado en paz social, bienestar y autogobierno desde la transición. A los más jóvenes se les debe tolerar la utopía, pero no la desmemoria.

Además de este conservadurismo ampliamente consensuado, hay grupos con discurso propio. Por ejemplo, los militantes de base de la izquierda consultista: hartos de que sus jefes se adhieran a las ceremonias de Palau (de la Generalitat), opinan en secreto contra ellos por irresponsables cuando no por complacidos rehenes del sistema. Toma ya Gallego de los cocos, ahora que no me ves ni me oyes, voy y zurro al proceso. Y para ti, Álvarez del derecho a decidir, pero quizás no a la independencia, pero según como… Y el 70% de ecosocialistas se suman al federalismo…, toma, toma Herrera-Hamlet.

Otro grupo bien representado es el de la antaño extensa y ahora menguante clase media que ha visto caer sus ingresos y que sabe que el empecinamiento independentista nos costará dos o tres puntos del PIB, una moneda devaluada y eso sin contar que habrá que devolver nuestra deuda autonómica, que ya supera los 10.000 euros por cabeza, sin que nos ayude el BCE. Quiero pensar que buena parte de la cultura catalana se alinea asimismo con la vía de la reforma constitucional. Espero que sean muchos más los que abonan la moderación y buen juicio que los que aparecen en el documental agit-prop de mi buena amiga Isona Passola, incapaz de hallar algún notable contrario al viaje hacia la tierra prometida. ¡Isona, por Dios, haberlos, háylos!

Probablemente el grupo más numeroso a favor del yo aquí me bajo y tonto el último lo constituya esa mayoría que está ahí, oculta tras su día a día, callado y modesto. La mayoría que no sale a la calle pero que, cuando tenga una oportunidad legal, depositará un voto contrario a los abanderados del futuro mítico. La mayoría que no irá a la sardinada a la que nos acaba de invitar el desnortado president Mas para el 9-N. La mayoría que va a lo suyo: a su trabajo, su familia, su hipoteca, su ocio. Son millones, atónitos ante el tristísimo espectáculo de las clases dirigentes. Al fin y al cabo, piensan, todo eso es cosa de los políticos y tiene poco que ver con nuestro esforzado día a día.

(El Periodico, 16 de octubre de 2014)