Para lanzar la jugada del 9-N alternativo, Mas ha contado con una aliada de lujo: Carme Forcadell
El presidente de la Generalitat ejerció ayer de hábil prestidigitador de la política. No sólo vendió la nueva consulta reivindicativa del 9-N pasando por alto que daba gato por liebre, sino que además dejó a ERC como única culpable de la ruptura de la preciada vajilla de porcelana que simbolizaba la unidad. Y todo, por el egoísmo de mirar más el poder partidista que los intereses del país. Fue una puesta en escena impecable.
Pero las pantallas en estos tiempos líquidos pasan a gran velocidad. Salvo que el Gobierno de Rajoy se empeñe en convertir la consulta alternativa del 9-N en una demostración del poder del Estado, esa votación está políticamente amortizada. Su mayor aliciente es conocer las cifras de movilización del independentismo sin tener que discutir si contabiliza mejor la ANC, la delegación del Gobierno o los de Contrastant. Pero no es lo que Mas había prometido, porque no lo puede ser sin acuerdo previo con el Gobierno central.
La consulta reivindicativa va a dar muchos días de juego: cómo se organiza, si el PP la impugna, si ofrece garantías, qué participación atrae, qué campaña se hará…, pero su principal utilidad es proporcionar tiempo a Mas. El círculo rojo sobre el 9-N era una losa demasiado pesada. Permite ganar tiempo y aliviar la presión. Nada menos.
Para que esa jugada haya sido posible, Mas ha contado con una aliada de excepción: Carme Forcadell. Y Oriol Junqueras ha quedado atrapado en una situación kafkiana. Para el líder de ERC, era difícil justificar ante su militancia el apoyo a una consulta que no es más que otra jornada reivindicativa. No han pactado con un partido que siempre ha sido visto como referente del centro derecha y que arrastra el lastre del caso Pujol para acabar tragándose ese sapo. Pero, por otro lado, ¿con qué argumento puede Junqueras situarse en contra de ese 9-N alternativo si éste cuenta con la bendición de Forcadell?.
Mas gana tiempo, que es como el oxígeno para la política. ¿Para qué? Para no verse obligado a convocar unas elecciones que perdería. O para convencer a ERC de que se avenga a la lista conjunta y quemar así el último cartucho, el de conseguir una mayoría absoluta entre los dos que permitiera a Mas exhibir, por primera vez, una victoria ante el Gobierno central.
La lista conjunta es un objetivo prioritario para Convergència porque su dirección está convencida de que las posibilidades de un diálogo fructífero con Rajoy son inexistentes. Así que, tarde o temprano, ven la lista con ERC como la única vía.
Y para ello, Mas necesita de nuevo a Junqueras. Recomponer la porcelana con el líder de Esquerra no será fácil después de los duros reproches de los últimos días. ¿Qué gana ERC con proporcionar a Convergència un mullido colchón con el que evitar el golpe de un fiasco electoral? Nada. Pero una vez más, Convergència y su presidente confían en que la presión social del independentismo -cuya articulación sigue girando alrededor de la ANC- obligará en algún momento a ERC a pasar por el aro de la lista conjunta, a renunciar a las siglas en busca de un resultado contundente que obligue a Madrid a negociar de verdad un escenario radicalmente distinto.
De momento, Mas ha ganado tiempo. Habrá que ver cuánto le dura.
(La Vanguardia, 15 de octubre de 2014)