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Esos políticos que hablan del «pueblo catalán», ¿a quién se refieren? A muchos catalanes, no lo dudo, pero no a muchos otros que también existimos

Estos poemas de amor que hablan de mí, ¿a quién se refieren?», se preguntaba Felicidad Blanc en El desencanto. Tenía la sensación de que su marido, el famoso poeta Leopoldo Panero, a quien amaba era a sí mismo; a ella la invocaba sólo como pretexto.

Últimamente me siento Felicidad Blanc. Esos políticos que hablan del «pueblo catalán», ¿a quién se refieren? A muchos catalanes, no lo dudo, pero no a muchos otros que también existimos. Parafraseando el título del libro de Candel, cuyo cincuentenario celebra ahora el Museu d’Història de Catalunya, somos «los otros catalanes», ausentes del discurso oficial.

Los otros catalanes queremos votar, sí, pero no marcando una cruz en una casilla, como analfabetos, sino escogiendo entre varios programas. Queremos decidir, pero no sólo sobre el modelo territorial, sino sobre muchas otras cosas.

A los otros catalanes nos avergüenza oír decir a nuestros dirigentes que «no somos un pueblo vulgar» (Jordi Pujol) o que «la España subsidiada vive a costa de la Catalunya productiva» (cartel de CiU). Nos preocupa que los mismos que ven catalonofobia en todas partes siembren castellanofobia cada día. Los otros catalanes, cuando nos acoge nuestra familia extremeña o nuestras amistades andaluzas, tenemos que convencerles de que no, no les consideramos ladrones y holgazanes.

Los otros catalanes estamos hartos de unos políticos ocupados día y noche en resolver (o más bien aprovechar) los problemas que ellos mismos crean, en vez de ocuparse de los nuestros. Estamos hartos de heroicos antisistema que se comparan con Martin Luther King, mientras pasean en coche oficial y con escolta. Hartos de convocatorias, astucia, plan B, desconvocatorias, reuniones secretas, disputas sobre listas, historietas de David y Goliat y plumas estilográficas en vitrinas de museo, mientras nosotros, los de a pie, luchamos como podemos con la conciliación, los desahucios, la dependencia y los contratos basura.

Los otros catalanes no queremos una votación sin censo, sin junta electoral, sin garantías, como si todas esas reglas democráticas (¡con lo que nos ha costado conseguirlas!) fueran un detalle sin importancia.

Los otros catalanes querríamos unos gobernantes que gobernaran para todos, no sólo para los suyos. Si la política fuera, como ellos dicen, tan simple como una pareja, yo, de esa Catalunya oficial, me divorciaría ahora mismo.

(La Vanguardia, 23 de octubre de 2014)