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Quiero agradecer, en primer lugar, a los organizadores su amable invitación a que participe en este acto. También quiero agradecer el honor que me han concedido al ofrecerme intervenir en último lugar (un caramelo envenenado, como todo el mundo sabe, porque cuando a uno le toca intervenir, ya casi todo ha sido ya dicho o, por decirlo en castizo, está todo el pescado vendido).

Pero también quiero felicitarles por esta iniciativa federal, que debo decirles que los federalistas de Cataluña hemos recibido como auténtica agua de mayo. Para quienes allí no compartimos los planteamientos independentistas -y, además, estamos convencidos de que el inmovilismo (y todavía menos la recentralización) lejos de representar una solución, únicamente contribuye a agravar el problema- el hecho de que ciudadanos de toda España se manifiesten de forma clara y decidida a favor de emprender profundas reformas constitucionales de signo federalizante constituye una enorme ayuda.

No solo porque en el debate político cotidiano constantemente nos las hemos de ver con interlocutores soberanistas que no cesan de repetir, como si de un mantra se tratara, que «no hay federalistas del otro lado del Ebro» (lo cual, por cierto, ya es una victoria para nosotros: cuando el procés se inició lo que repetían era que no los había… en ninguna parte, ni siquiera en Cataluña, hasta que nos pusimos muy pesados y terminaron por reconocer que existíamos), sino también por lo que implica la visibilidad del federalismo español.

En efecto, el mal llamado problema catalán es, en definitiva, el problema español (de toda España, conCataluña dentro, claro está), y es desde esa perspectiva desde la que se ha de abordar. Se ha dicho muchas veces, pero no por ello estará de más reiterarlo otra vez: Cataluña es el epicentro de un movimiento sísmico que afecta a toda España. Pero tal vez se ha insistido menos en otra cosa, y es en que estar en el epicentro no es cosa banal ni irrelevante, como cualquier catalán no soberanista puede acreditar.

Reconstruir los puentes volados, abrir nuevas vías de diálogo y otras bienintencionadas exhortaciones de parecido signo aluden a algo más serio y complicado de lo que parece. No basta ya con el gesto amable, con el palmoteo en el costillar entre ministros y consellers con ocasión de alguna inauguración, entre croqueta y croqueta. Ni siquiera es suficiente ya con crear comisiones, abrir mesas de diálogo o convocar encuentros de subsecretarios de ambas administraciones. Todo lo anterior es necesario, desde luego, pero de todo punto insuficiente. Las medidas por tomar han de estar a la altura del problema. Y las aguas del problema han sobrepasado con mucho la rallita que recordaba en la pared del muro el último desbordamiento.

Se lo resumiré de esta manera: hay mucha gente en Cataluña que ya vive como si fuera independiente, que ha roto todos los vínculos simbólicos, imaginarios (además de los de otro tipo, desaparecidos por razones varias) con el resto de España. También se puede decir así: hay mucha gente en Cataluña que, en su cabeza, ya se ha ido de España. También la hay, por supuesto, y no es poca, que se siente completamente ajena al proceso soberanista. Pero esto lejos de neutralizar el primer problema, lo que en realidad hace es multiplicarlo por dos. Intento explicarme.

Creo que es impensable (además de ilusorio por completo) una salida al problema que tenemos planteado solo a base de pequeñas reformas, de parches parciales que se conformen con apuntalar la estructura de un edificio que amenaza ostentosamente ruina. Hay que arremangarse para intentar algo de mucho mayor calado. Entiéndanme bien: no tanto para satisfacer a los irreductibles (que a menudo también son insaciables) como para garantizar que efectivamente nos estamos atreviendo con una verdadera solución de futuro. A partir del momento en que tengamos garantizado que esto sigue en pie y se mantiene firme, habrá llegado el momento de pensar bien la forma de reconstruir lazos y vínculos de todo tipo con los que hoy parecen definitivamente alejados.

Pero decía que el problema se ha multiplicado por dos, porque, aunque los sectores soberanistas se obstinen en hablar de Cataluña como una unidad, que se relaciona de tú a tú con esa otra presunta unidad que llaman España, lo cierto es que la ciudadanía catalana es tan plural y heterogénea como la española, y constituiría un gravísimo error desde fuera de Cataluña no conceder la importancia que se merece a ese importante sector de ciudadanos que, no solo discrepa políticamente del soberanismo, sino que, siguiendo con el lenguaje de hace un momento también se está yendo mentalmente… de la Cataluña que el independentismo está diseñando. Diseñar una solución que no los tuviera en cuenta sería lo más parecido a hacer un pan con unas tortas.

Un político de este país por el que, como Vds. fácilmente supondrán, nunca tuve grandes simpatías (me refiero a José Mª Aznar) afirmaba nada más empezar todo esto que antes se rompería Cataluña que se rompiera España. No me importa en lo más mínimo reconocer que no le faltaba algo de razón (aunque su acierto tenga una parte de profecía autocumplida, esforzadamente perseguida por sus correligionarios, a menudo entregados al hooliganismo más feroz, también en Cataluña). Qué le vamos a hacer: es imposible que alguien, por más adversario nuestro que sea, se equivoque absolutamente en todo, y en esto me temo que el ex-presidente acertó. No me atrevería a afirmar que la convivencia en Cataluña está quebrada, pero sí que está severamente agrietada.

No pretendo ser catastrofista, ni alarmarles más de lo debido. Solo quería, en el fondo, explicarles con un poco de detalle el sentido último de las palabras con las que inicié mi intervención, que pretendían ir mucho más allá de lo meramente protocolario. En el fondo, lo mismo que he dicho hasta ahora se podría formular, muy resumidamente, con estas otras palabras: desde Cataluña les damos la enhorabuena por esta iniciativa, les exhortamos a perseverar en la empresa iniciada y les quedamos muy agradecidos por una razón muy sencilla. Porque les necesitamos.

Madrid, 9 de octubre de 2014