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Habrá un antes y un después en la estructura de poder en el Reino Unido. La preferencia escocesa era por un amplio autogobierno, en un proceso de devolución de poderes. Cameron la quería evitar proponiendo el todo o nada con la convicción de que el no a la independencia ganaría. Ahora ya ha tenido que prometerla in extremis para intentar decantar a los escoceses al no. En cualquier caso, la evolución del Reino Unido hacia una estructura federal recibirá un impulso importante en un mundo donde hay cada vez más interdependencia que independencia

Hoy es el gran día para Escocia. No voy a aventurar un pronóstico sobre el resultado del referéndum sobre su posible independencia. El día que entrego el artículo el resultado sigue incierto y con ligera ventaja para el no. Lo único cierto es que va a haber un antes y un después en la estructura de poder en el Reino Unido. El referéndum, con una pregunta clara y exclusiva sobre la independencia de Escocia, es fruto de un error de cálculo del premier británico David Cameron. La preferencia escocesa era por un amplio autogobierno, en un proceso de devolución de poderes, la denominada devolution max. Cameron la quería evitar proponiendo el todo o nada con la convicción de que el no a la independencia ganaría. Ahora ya ha tenido que prometerla in extremis para intentar decantar a los escoceses al no. En cualquier caso, la evolución del Reino Unido hacia una estructura federal recibirá un impulso importante.

Las raíces del descontento de buena parte de los escoceses están en una serie de factores entre los que destaca que Escocia es tratada como una mera región a partir de los años cuarenta del siglo XX. Si añadimos la crisis industrial y la naval en particular, víctimas de la globalización, y una política económica dictada por la City de Londres sin tener en cuenta los problemas de las regiones industriales, junto con la antipatía general escocesa a los tories y los efectos de la crisis, tenemos una confluencia muy potente para explicar el sentimiento antiinglés. Escocia mira tanto al modelo social escandinavo como al modelo anglosajón más pro-mercado. Escocia ya recibe del Tesoro del Reino Unido una transferencia que permite un gasto por habitante entre el 10% y el 15% por encima de la media. Detractores del nacionalismo escocés apuntan, con cierta sorna, que se quiere un gasto escandinavo con unos impuestos anglosajones.

El establishment de Londres ha pasado de ignorar la cuestión escocesa a reaccionar presa del pánico. Los tres partidos unionistas y la prensa inglesa, con el Financial Times y The Economist a la cabeza, han apuntado a los problemas políticos y económicos de la separación; el Banco de Inglaterra ha avisado de las dificultades para Escocia de mantener la libra; y las grandes empresas y bancos han amenazado con mover sus sedes de Edimburgo a Londres. Esto último podría ser otro error de cálculo que el hábil Alex Salmond ha aprovechado: «No nos dejaremos intimidar ni por los banqueros ni por las multinacionales». Además, una empresa que se aleja de sus raíces muestra a sus clientes, trabajadores y accionistas que sus valores no son muy sólidos. Incluso George Soros, artífice del ataque especulativo más sonado contra la libra, ha advertido que una Escocia independiente sería inestable financieramente. Ha aportado, sin embargo, junto con otros analistas como Paul Krugman y Martin Wolf, el argumento de que una unión monetaria sin un grado de integración política elevado es una receta para el desastre. Esta es la experiencia del euro. El debate sobre el régimen monetario de una Escocia independiente es muy importante. Salmond quiere mantener la libra esterlina pero el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, dice que para ello Escocia debe renunciar a su soberanía. Carney considera que la unión monetaria requiere una unión bancaria con un banco central y una regulación financiera centralizada, así como acuerdos fiscales en caso de que haya que ayudar a los bancos (todo ello a imagen de la unión bancaria que se está construyendo en la eurozona). Esta no es una cuestión baladí puesto que los activos de los bancos escoceses alcanzan doce veces el PIB de Escocia. Si el Banco de Inglaterra tiene que hacer de prestamista para estos bancos, y los recursos del Tesoro británico se pueden ver comprometidos, parece claro que el Banco de Inglaterra los debe supervisar y debe haber un acuerdo fiscal entre el resto del Reino Unidoy Escocia. No se comparte la libra con todos sus derechos y deberes sin un tratado de unión monetaria que requiere asimismo unas reglas de control fiscal del estilo de la eurozona. Habría alternativas a la unión monetaria. Una primera es la simple adopción de la libra como Montenegro o Kosovo han hecho con el euro, pero estos países no tienen bancos importantes. Otra es que Escocia acumulara suficientes reservas en libras y tuviera una política fiscal suficientemente estricta para mantener una junta monetaria (currency board) que mantuviera la paridad de una nueva libra escocesa con la esterlina. Estas juntas tienden a ser inestables, como muestra el caso de Argentina. Asimismo, Escocia podría entrar en el euro una vez aceptada en la UE. Finalmente, Escocia podría establecer su propia moneda.

La cuestión de la libra apunta al significado mismo de la independencia o soberanía en el mundo actual. Puede parecer paradójico que el primer acto de una Escocia independiente pueda ser renunciar a su soberanía monetaria y a parte de su soberanía fiscal para integrarse en una unión monetaria, ya sea con el Reino Unido o en la eurozona. Pero hoy hay interdependencia más que independencia. La renuncia a parte de la soberanía no es tan sorprendente cuando, tanto en Escocia como en el proceso en Catalunya, lo que se reclama es que estas naciones sean consideradas sujetos políticos. En cualquier caso, el debate, el pacto, y los canales de resolución del conflicto en el Reino Unido son envidiables. Allí se ha transformado un juego peligroso como el de la gallina (chicken game, ver artículo en estas mismas páginas el 17/IV/2014), donde manda la inflexibilidad para hacer ceder al adversario, en un juego de persuasión y pacto de las reglas de resolución del conflicto que otorga estabilidad en los distintos escenarios. La tradición democrática y calidad institucional del Reino Unido siguen siendo un ejemplo.

(La Vanguardia, 18 de septiembre de 2014)