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De momento, la película no ha llegado todavía al desenlace y los dos actores principales, Mas y Rajoy, juegan como Buzz y Jim en la célebre película «Rebelde sin causa». Adolescentes problemáticos, Buzz (Correy Allen) y Jim (James Dean) se enfrentan en una prueba llamada chicken run, en el que dos coches corren en paralelo hacia un precipicio: gana el que más tarda en saltar del coche en marcha; pierde el que se acobarda antes

A estas alturas de la película, los actores ya no están en condiciones de cambiar el guión. Artur Mas carece de margen: sólo podría cambiar el rumbo abandonando la política. Pero no parece que esté a punto de abandonarla. Ayer persistió con gran naturalidad. Sigue en sus trece. Como Mariano Rajoy, quien ni siquiera ha reconocido el problema. Ahora bien: la metáfora de los trenes que supuestamente Mas y Rajoy conducen, no es precisa. Ni son dos trenes avanzando hacia el choque, ni son, como sostiene Mas, dos trenes que ya nunca han de encontrarse. Los trenes están formados por vagones repletos de pasajeros, que no pueden más que acatar el rumbo del maquinista. Pero en las sociedades liberales como las nuestras, los ciudadanos somos autónomos. En el momento de la verdad, cuando las palabras conduzcan a los hechos, ya veremos qué hacen, cómo actúan, a qué tren suben los catalanes.

De momento, la película no ha llegado todavía al desenlace y los dos actores principales, Mas y Rajoy, juegan como Buzz y Jim en la célebre película «Rebelde sin causa». Adolescentes problemáticos, Buzz (Correy Allen) y Jim (James Dean) se enfrentan en una prueba llamada chicken run, en el que dos coches corren en paralelo hacia un precipicio: gana el que más tarda en saltar del coche en marcha; pierde el que se acobarda antes. En la película, el juego termina en tragedia porque Buzz, rival del personaje que interpreta James Dean, bloquea con la manga de su cazadora la manija de la puerta y, al no poder abrirla, se despeña con el coche.

Quizás Mas tiene bloqueada la puerta de su vehículo, pero ayer no estaba nervioso. Si pasó las vacaciones debilitado por la confesión de Jordi Pujol, ayer no se notó. Es evidente que le han vitaminado los gritos a favor de la unidad que se oyeron en Barcelona el pasado Onze de Setembre. En general, todos los líderes catalanes estuvieron ayer a buen nivel, en el Parlament; y respondieron a lo que sus clientelas esperan. Incluso los socialistas, que batallaban en los últimos años con una mano atada a la espalda, encontraron en Iceta a un buen espadachín. Nuestros políticos saben hablar: lo que no saben, o no pueden, es encontrar salidas al laberinto en el que toda España está metida. Antes del desenlace, el juego del gallinero continuará. Máxima tensión: el jueves votan los escoceses y el día siguiente, el Parlament aprobará la ley de consultas, una ley que el pleno del Tribunal Constitucional del martes 23 seguramente suspenderá. La próxima semana, por lo tanto, el coche de Mas se acercará al precipicio. ¿Y el de Rajoy? Dependerá de lo que ocurra en Escocia. Nosotros somos como Natalie Wood: estaremos de corazón con el uno o con el otro, pero nada podemos hacer, de momento, excepto beber tila.