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Constatando la afición mediática a amplificar actividades extravagantes, muchos independentistas convencidos y de larga tradición lamentan el protagonismo público del llamado independentisme freaky, que es una especie de hooliganismo soberanista con tendencia a expresarse de un modo grotesco, fanático o estúpido. Dentro de este saco de extravagancias y excesos hay quien comete la imprudencia de meter también el lanzamiento de carnets de identidad españoles, un deporte recreativo que ya forma parte de los programas de las fiestas mayores de ayuntamientos presididos por la estelada

 

A medida que se acercan el Onze de Setembre y el 9-N se multiplican los indicios de estimulación colectiva a favor de la causa soberanista, quien sabe si para contrarrestar el empuje de sus detractores. Son estímulos legítimos, aunque a veces sean la consecuencia de aplicar principios de propaganda (un recurso aceptable si la financiación es privada pero nefasto cuando el dinero es público). Constatando la afición mediática a amplificar actividades extravagantes, muchos independentistas convencidos y de larga tradición lamentan el protagonismo público del llamado independentisme freaky, que es una especie de hooliganismo soberanista con tendencia a expresarse de un modo grotesco, fanático o estúpido (siguiendo la tradición global del hooliganismo).

Dentro de este saco de extravagancias y excesos hay quien comete la imprudencia de meter también el lanzamiento de carnets de identidad españoles, un deporte recreativo que ya forma parte de los programas de las fiestas mayores de ayuntamientos presididos por la estelada. Se trata de una actividad pacífica, que requiere de una nula financiación y que tiene -me lo cuenta un vecino que ha participado en uno de ellos y ha estado a punto de ganar- el aliciente de propiciar visibilidad reivindicativa y «un tono festivo». También es cierto que el lanzamiento de DNI puede ofender a los que no compartimos el furor soberanista y que alguien puede responder al ingrediente provocador del invento con un exceso de susceptibilidad (si existiera una competición para ver quién se la coge más fuerte con papel de fumar, España y Catalunya empatarían eternamente).

Este lanzamiento, sin embargo, que destila cierta aroma situacionista, se inscribe en un repertorio movilizador que practica la defensa pacífica de las ideas. Y este es un valor de la mayoría del independentismo que conviene subrayar (aunque no seas independentista), sobre todo teniendo en cuenta con qué facilidad se introduce -como hemos constatado en otros movimientos de contestación- la violencia organizada o inducida. El deporte militante de ver quién lanza el carnet de identidad español más lejos contiene una carga metafórica que, en función de nuestras ideas, nos hace sonreír, nos deprime, nos la repampinfla o nos invita a pensar en los límites de la frivolidad, pero mantiene la reivindicación en un marco pacífico. Con respecto al DNI, la relación que mantenemos con este documento es particular e íntima. Recuerdo los DNI que el gran artista comunista Domingo Malagón le falsificaba a mi padre en plena clandestinidad. Y pienso en los carnets que hoy falsifican e intercambian en el mercado negro las adolescentes que aún no tienen la edad legal para entrar en discotecas de adulto, impacientes por experimentar, aunque sólo sea durante unas horas, el vértigo estroboscópico de la independencia.