Acabo de leer un libro impresionante: Quiero dar testimonio hasta el final. Diario 1933-1941. Su autor, Victor Klemperer, nacido en 1881, era de familia judía (su padre era rabino), pero de muy joven se convirtió al protestantismo. Cuando empieza el diario, Klemperer es un profesor universitario que vive en Dresde, está casado, sin hijos, y tiene las mismas preocupaciones que cualquiera: su trabajo, el dinero, la salud… Si hay algo en lo que nunca piensa es en su identidad nacional, o racial, o religiosa. Él es alemán, y punto. Pero acaba de ser elegido canciller un personajillo que no le gusta nada, un tal Hitler… A partir de ahí, el diario se convierte en la crónica de un lento estrangulamiento. Pues para el nuevo gobierno, Victor Klemperer no es el ciudadano Klemperer, sino un judío, y por lo tanto una pieza del gravísimo “problema judío”, aunque Klemperer está convencido de que no hay tal, sino un régimen que para acaparar el poder impunemente necesita un enemigo. Pero el gobierno se toma muy en serio ese supuesto problema, y está decidido a darle una “solución final”.
Esto, Klemperer no lo sabe, pero va sufriendo todos los pasos intermedios. Primero le quitan su cátedra, luego le prohíben usar la biblioteca, conducir, tener teléfono, viajar, salir de casa después de las ocho… Le obligan a cambiarse el nombre (se llamará Victor-Israel), a vender el coche, a alquilar su casa y mudarse a una “casa de judíos”, a llevar una estrella amarilla cosida en el abrigo… Si sólo conociéramos el diario de Klemperer, o el de Ana Frank o el de Hélène Berr, y un testimonio como el maravilloso libro de Amos Oz (Una historia de amor y oscuridad) sobre cómo su familia, huyendo del Holocausto, llegó a Palestina, podríamos pensar que lo mucho que ha sufrido el pueblo judío lo convertiría en pacífico y humano. Pero mientras escribo esto, bombas israelíes matan a niños palestinos. ¿Qué colosal error político, moral, se ha cometido? Quizá el de creer que es posible alguna “solución final” a los problemas de convivencia entre los pueblos, y que esta consiste en un Estado propio, homogéneo, de una sola nación. En ese sentido, “los sionistas, que quieren empalmar directamente con el Estado judío del año 70 d.C., son exactamente igual de repugnantes que los nazis”. La frase data del 13 de junio de 1934 y es de Victor Klemperer.
Este artículo fue publicado por La Vanguardia (14 de agosto de 2014)