Si todos los ciudadanos pusiéramos en la balanza nuestros lazos y nuestros afectos y el riesgo de perderlos, esto contextualizaría de un modo mucho más razonable el diálogo inevitable al que estamos abocados. España es una tierra mezclada donde, sin que nadie renuncie a lo que es, lo vasco se funde con lo riojano y burgalés, lo cántabro con lo vasco y lo astur, lo astur con lo gallego y lo castellano, lo extremeño con lo salmantino y lo andaluz, lo valenciano con lo murciano y catalán, y así todas las combinaciones posibles de tierras híbridas, de tierras de transición. «Cataluña y España: la verdad de los afectos» (El País 03 de agosto de 2014).