Debatíamos los miembros de la junta directiva de Federalistes d’Esquerres si el federalismo tenía su raíz en presupuestos ideológicos de izquierda o si, por el contrario, podía ser compartido por el centroderecha, al menos el más dialogante: cristianodemócratas, liberales y lectores del Abc . Algunos compañeros opinaban que el federalismo no puede entenderse sin una decidida orientación social, ya que prioriza valores comunitarios y solidarios, y que ese sería el punto esencial que marcaría la diferencia entre el federalismo y el soberanismo, que hunde sus raíces ideológicas en el conservadurismo: localismo, xenofobia, nacionalismo maniqueo, etcétera.
Pero creo que si las cosas fueran así de simples la izquierda militaría unánimemente en el federalismo y este debería ser tabú para los políticos conservadores. Y es obvio que, al menos en Catalunya, no es así. Por una parte, la paradoja planea sobre el arco parlamentario de izquierdas: la CUP, sectores de ICV y del PSC y fuerzas sindicales están bien por la independencia, bien a favor de una consulta incomprensible en sus términos y ciega en su procedimiento. Por otra, se escuchan voces federalistas procedentes de partidos como UDC, Ciutadans, UPD e incluso algún sector central del PP. Por ejemplo, en su conferencia del 2010 UPD abogó por la reforma federal de la Constitución, y en su web leemos una entrada del 2012 que reza: «UPD propone un Estado federal de tipo cooperativo similar al de Alemania».
Algunos de mis compañeros argumentarán que la dolorosa división del PSC o de ICV en torno a la consulta de marras es fruto del oportunismo político o bien de una alambicada interpretación de la legitimidad democrática, y que el Estado federal propuesto por los conservadores esconde un oculto programa centralizador. En esta línea, Quico Trillas recurría hace poco en nuestro blog a la autoridad de Einstein, quien en una visita a Catalunya en 1923 manifestó que «nacionalismo y socialismo no ligan», declaración que cabe contextualizar tras las masacres de la primera guerra mundial y la época dorada del primer socialismo, en el que tantas esperanzas depositaron las élites intelectuales pacifistas e internacionalistas de la época.
¿Queda alguna herramienta con la que analizar la paradoja de una izquierda soberanista o una derecha federal? Creo que sí: el tema de la identidad puede arrojar alguna luz.
El soberanismo de cualquier color o matiz se construye hoy –quizá haya sido así siempre– sobre un fondo emotivo en el que domina el sentimiento identitario: una mezcla de idea mítica de pueblo, de historia esencial, de exaltación lingüística y de localismo cultural. Se trata de un nacionalismo radical con un fuerte componente romántico pero poco calado intelectual y político. El reclamo identitario presupone una idea de patria vapuleada por España a lo largo de una historia victimista que según quien opine arrancaría en los almogávares, 1640 o 1714. Así, el soberanismo se articularía ideológicamente en torno a sentimientos patrióticos (ensalzados en himnos y banderas) en cuanto a la psicología individual se refiere, y a una metafísica de la historia en el plano social: un esquema simple y apto para todos los públicos, especialmente para clases medias y juventudes frustradas por la crisis y el paro, acríticas y culturalmente aletargadas por el consumismo, la televisión y unas redes sociales de bajo perfil. Resulta obvio que tales sentimientos pueden ser compartidos por individuos y partidos con sensibilidades sociales diversas.
Por el contrario, el federalismo se sostiene sobre bases racionales –que se nutrirían de Hume, de los girondinos, de la ilustración y del socialismo utópico– en las que el factor identitario juega un papel secundario. No es que el federalismo no participe del catalanismo, de un sentimiento de pertenencia. Al contrario, reconoce la singularidad de Catalunya y ama su cultura, así como la de otros territorios de la Península. Pero sostiene que estas no son bases suficientes sobre las que edificar un Estado (independiente). El federalismo es, ante todo, una propuesta organizativa con un fuerte componente pragmático que aspira a superar las deficiencias y la insostenibilidad del Estado de las autonomías aportando conocimiento y reformas administrativas que mejoren su eficiencia y optimicen el diálogo, la solidaridad y la coordinación interterritorial. Por ello parece asumible desde posturas ideológicas más o menos distantes en lo referente a la dimensión y organización del Estado del bienestar y las relaciones laborales. Hoy, además, el federalismo se presenta como una gran oportunidad para la regeneración democrática y la reivindicación de la Política con mayúscula. Pero para estas tareas el soberanismo no está ni se le espera. Vicepresidente de Federalistes d’Esquerres.
«El Periódico», 4 de gener de 2014.