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Ahora se llama “la consulta”, como si se tratara de una visita médica, pero es todo lo contrario

La política en Catalunya cada vez tiene más visos de convertirse en un chiste, pero como se trata de una frivolidad que afecta a millones de personas y a algunas de ellas les puede costar muy caro, no se puede calificar más que como un chiste macabro. Acaba de morir a los 51 años uno de esos médicos, Albert Jovell Fernández, que unía a su condición de experto en Salud Pública doctorado en Harvard, amén de licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Universitat Autònoma de Barcelona, la de organizador de cuanta iniciativa pública –repito, pública– se hiciera entre médicos, pacientes y desesperados frente a la enfermedad implacable. “Los pacientes –había escrito– queremos que nos cuiden. Yo acepto que no me curen, pero me costaría aceptar que no me cuidaran”.

Hasta aquí todo correcto, el detalle macabro es que quien hizo su necrológica, elogiosa hasta el delirio, con el curioso detalle de poner entre los dos apellidos una “y”, por lo que resultaba “Jovell y Fernández” –una cursilada en castellano que determina que estamos abocados a convertir la gramática en actividad militante, a tenor de la ola de estupidez que nos amenaza– fue nada menos que el actual conseller de Salut, Boi Ruiz. Dedicado desde su nombramiento a echar abajo todo lo que Albert Jovell Fernández había intentado con éxito poner en pie.

¿Desvergüenza? La misma que le consiente blindar los superlativos sueldos de sus 50 ejecutivos sanitarios y reducir los del resto. Esta costumbre cristiana –por católica y luterana– de que sean los verdugos los que escriban de sus víctimas una vez echen ortigas, es una práctica frecuente entre nosotros. Los muertos son instrumentos de una utilidad infinita, muy superior a la que tuvieron en su difícil vida. Boi Ruiz haciendo la necrológica de una de sus víctimas. Un chiste macabro, pero muy bien visto en sociedad. ¡Qué gesto, conseller!, ¡qué liberalismo el suyo! ¡Cuánta “manga ancha”, que dirían por Madrid, incluido el detalle de la “y” delante del Fernández, que en los viejos tiempos significaba en castellano ser de familia con haberes y pretensiones!

Fíjense si lo nuestro será de chiste que los dos encargados para los fastos que nos amenazan el próximo año 2014 son dos humoristas, Mikimoto, conocido intelectual que al parecer lleva un año, aseguran los expertos, ¡estudiando historia en Estados Unidos! Y Toni Soler, de quien admito desconocer casi todo, incluso saber si ha escrito algo en su vida.

¿O Sanidad o 1714? Ese es el dilema de la denominada izquierda catalana, los de la bicicleta, el ecologismo bajo en calorías y los “consejos de obreros nacionalistas” de las CUP –un quiste que les ha salido a los convergentes de comarcas; retoños del PSUC que decidieron matar a sus padres, ahora en el paro o jubilados– y que aún dirimen sobre si las clases sociales están por encima de la Patria, o por debajo, o al mismo nivel. Como si volviéramos al debate de Rosa Luxemburgo antes de que la asesinara la socialdemocracia alemana.

Lo que está haciendo el consejero de Salut Boi Ruiz –¡cuántos años debió de llamarse Baudilio este bendito verdugo de la Sanidad Pública!– no es otra cosa que la programación que Esperanza Aguirre y su delegado Ignacio González cumplen en la comunidad madrileña; la otra joya de la corona de la Sanidad Pública ahora comprometida por una banda de expertos en cohabitación entre el choriceo de lo público y la esbeltez de sus empresas privadas. Aquellos que han asumido el tránsito de beneficios y la necesidad de disolver los pacientes. La cohabitación, que se llama.

En un curioso libro, autoeditado por el curtido cirujano jubilado Josep Maria Capdevila –por buen título ¿Me curaré, doctor…?–, hay un capítulo desolador, pese a su voluntad de no hacer demasiado daño. El 2.º, dedicado a las retallades (recortes) de los años pasados, 2011 y 2012. Ahí aparecen dos reflexiones del escritor de necrológicas desfachatadas y conseller de Salut, Boi Ruiz: “Los médicos rechazan los recortes porque les tocan el bolsillo”. Y sobre todo esta, impagable, que le delata: “La salud es un bien privado que depende de uno mismo y no del Estado”; prueba incontestable de que o no paga impuestos o es un cínico. A lo que cabría añadir que estaría muy bien que eso se lo aplicara él y sus altos cargos, que han blindado los contratos después de subírselos.

Pero, ¿qué hacemos? Repetimos nuestros ominosos silencios considerando que las inversiones de centenares de millones que harán en paralelo la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona para montar 2014, como un Las Vegas dieciochesco, ideal para turistas aburridos y autóctonos pasionales de nuestras esencias, o planteamos un equilibrio. La Salud Pública o la Emoción Patriótica. Es alucinante que tal dilema trate de ser sorteado por la supuesta izquierda institucional, vicaria de su dependencia ideológica, económica y sentimental, de una clase política que domina la vida pública ciudadana desde el comienzo de la transición en Catalunya. ¡Que no olviden, se consumó dos años antes que en el resto de España! (Pujol ganó las primeras elecciones autonómicas en 1980 y Felipe González en 1982).

¿Quién hubiera podido decir que el viejo mercado del Born, que yo llegué a conocer, se convertiría en una especie de Valle de los Caídos de una generación instalada ya en la autoestima? Con bandera y todo; al estilo de Federico Trillo en la plaza madrileña de Colón. ¿No estaremos imitando una forma y un estilo de política, condenadas al desprecio por profundamente reaccionarias? Después de esto, qué vendrá. ¿La reivindicación del carlismo? ¿O Jaime Balmes? Pese a sus diferencias de matiz, tan proclives ambos a la tradición y a los rituales religiosos en las fiestas onomásticas.

La política catalana está exigiendo una especie de vademécum, un librito que explique los pasos de cada cual; de dónde viene y dónde está. Porque en realidad no han cambiado más que cargos y lugares, pero las personas permanecen. Y si no son ellos, serán sus hijos, y si no sus yernos, y ya empiezan a aparecer en el horizonte algunos nietos. Lo entiendo para aquellos que piensan que las tradiciones son más importantes que los presentes –siempre y cuando no afecten a sus patrimonios–; los impuestos por herencia deberían ser estudiados con mayor importancia que los abrazos del oso de Esquerra Republicana liquidando partidos; son como el escorpión, cuando están en mitad del río siempre acaban matando a la rana que los transporta; quizá sea por instinto. Pero qué hace la izquierda irreal, ese trampantojo que dice sí a todo lo fundamental para su inminente liquidación y sólo cuestiona lo accesorio.

Ahora se llama “la consulta”, como si se tratara de una visita médica, pero es todo lo contrario. Los ciudadanos arrollados por la ola alimentada por los mismos que la han subvencionado, se quedarán perplejos y preguntarán “qué hay de lo mío”. Y como viene ocurriendo en España y en Catalunya desde hace siglos, ratificarán aquella reflexión del tan citado Agustí Calvet Gaziel, que a la hora de hacer el balance del catalanismo político de su época no le quedaba más remedio que reconocer que no habían dejado nada que pudiera servir, pero que todos sin excepción habían salido ricos de la experiencia.

El auténtico dilema de la izquierda catalana, si es que en algo quisiera diferenciarse de la derecha que no fuera en su vestimenta, es cómo abordar la historia y cómo afrontar el presente. Si la Sanidad es negociable pero los presupuestos para fastos patrióticos no, demostrarían que aquí ganaron los que ganaron. Pero no sólo en lo inmediato, sino en la revisión histórica: dominaron en la guerra, se instalaron de nuevo en la posguerra, y la transición fue un buen llevar entre familias que se conocían de toda la vida. Casi me atrevería a decir que ese insigne estafador, Fèlix Millet, del Palau de toda la vida, sentó cátedra con aquella frase digna del viejo Palermo siciliano: un asunto entre las doscientas familias que cuentan.