Que unos fastos que llevan como lema Viure lliure hayan llevado a algunas personas a
reclamar el boicot a Amnistía Internacional (AI) se antoja, como mínimo, surrealista.

En la raíz del enredo, la ceremonia de entrega del premio Embajador de Conciencia,
el más prestigioso de AI. Según Toni Soler, comisario municipal del Tricentenari,
la entrega iba a celebrarse en Barcelona en el marco conmemorativo de 1714, pero
Amnistía España habría vetado el acto por interés político. La versión de la oenegé
es totalmente distinta, asegura que nunca confirmó a Barcelona como sede, que
actualmente está centrada en combatir los efectos de la crisis y recuerda su radical
imparcialidad política. El enfado de Soler se contagió en la red y se levantaron voces
animando a boicotear la oenegé. Ante la airada reacción, Soler negó que esta fuera la
solución, pero sí animó a «convencer a sus miembros de la necesidad de que asuman
como propio el derecho a decidir». Es lógico que cualquier causa busque líderes de
opinión que la abanderen. Vincular AI a la causa hubiera sido un notable éxito para los
independentistas, pero creer que una entidad que recalca su independencia «de todo
Gobierno, ideología política, interés económico o credo religioso» puede traicionar
su esencia de imparcialidad, demuestra un exceso de ingenuidad, torpeza o vanidad.

Promover el boicot a AI porque no baila al son deseado, ya es caer en el delirio.

«El Periódico». 11 de desembre.