Ricardo Fernández Aguilá, al que no conocía, se me acercó en el Ateneu de Barcelona el pasado 25 de septiembre después de una mesa redonda organizada por la asociación Federalistes de Esquerres, y me entregó en un sobre un librito y una carta. Días después leí el ensayo de mi fugaz interlocutor titulado Un FernandeS entre banderas y fronteras (la “s” final del apellido, en cursiva y mayúscula, es textual del título, recogiendo así en grafía la fonética catalana al pronunciarlo). Y he de reconocer que me conmovió. Porque Ricardo Fernández Aguilá, un hombre dedicado a la docencia y la traducción del catalán al español, me pareció la expresión más cabal del espíritu ciudadano de concordia y de síntesis conciliadora.

Explica el autor de este texto que ha editado de su bolsillo (que lo lea algún editor y se lo publique y distribuya), que ser un Fernández en Catalunya “puede marcarte para toda tu vida. Ser un Fernandes (sic) es ser una mezcla, más o menos conseguida, pero una mezcla. Es una semilla que maduró algún día en tierras castellanas y creció en tierras catalanas. Es tener dos proximidades, a veces dos amores. Es manejar dos lenguas con afecto parecido, aunque con dominio no siempre idéntico, que eso es muy difícil. Es estar bien donde la semilla se hizo oscuramente y donde el fruto fue alimentado con luz nueva. Es complejidad. Es dificultad. Es un lío. Es estupendo”. En otro pasaje del libro –apenas setenta páginas– Ricardo Fernández sostiene que un cúmulo de circunstancias le llevó “a adoptar el catalán como algo deseado e incluso íntimo con los años, aunque el castellano tuviera una raíz más honda. Este itinerario ha sido el de muchos Fernandes. Ser bilingüe no es difícil en una comunidad con dos lenguas en acción”.

Impresiona la racionalidad de este hombre que, con una dialéctica humilde y educada, no deja nada por decir, como cuando manifiesta que “creo poder afirmar que no ha sido fácil para bastantes catalanes de lengua materna castellana estudiarlo todo en catalán. Pero se ha vivido sin conflicto, ni con los alumnos ni con las familias (salvo casos aislados)”. Y propone a todos los españoles que “cuando oigan hablar catalán en los taxis de Madrid, en un mesón de Castilla, en la gasolinera de Huesca o entre los patios abiertos del mayo cordobés, sonrían. Simplemente sonrían un poco. No son los otros. Somos nosotros”. Y es muy terminante en relación con la propuesta independentista: “La promesa de que esto se arreglará si de un Estado hacemos dos, ni la veo clara, ni la deseo”.

Nuestro autor, además, hace un acto de fe en la sociedad española, incluida la catalana, al preguntarse y responderse así: “¿Hay gente en España, e incluyo aquí en Catalunya, que quiere entender mejor el conflicto entre ambas? La hay, y su número puede ser creciente. ¿Hay gente que quisiera aportar algo para un mayor entendimiento? La hay, y su número puede ser creciente. ¿Hay gente con talento para aportar información y mejorar la convivencia? Hay talento, pero no se muestra lo suficiente” y constata que “hoy las palabras tienden a estar más al servicio del enfrentamiento que del entendimiento.” Ejemplar.

La reconfortante lectura del libro de Ricardo Fernández Aguilá enlaza con una realidad sociológica en Catalunya que las encuestas ponen claramente de manifiesto: la doble identidad –catalana y española– de muchos de sus ciudadanos. Según la encuesta de La Vanguardia publicada el 6 octubre, un 37,9% de los consultados se siente tan catalán como español y según la realizada, también este mes, por el CEO de la Generalitat el 35,6% de los consultados milita en esa doble identidad o sentido de pertenencia. Se trata, por tanto, de la minoría más numerosa. Tiene toda la lógica que así sea. Son muchos siglos juntos que han favorecido un entreverado de sentimientos, parentescos, amistades, intereses y afinidades que terminarán por emerger con fuerza.

Stéphane Dion, el hombre de la conciliación en Canadá, declaraba el 12 de abril en este diario: “tengo dos identidades y las dos suman”. Y añadía: “los quebequeses hemos contribuido mucho a construir Canadá. El país en parte es nuestro. ¿Por qué hemos de renunciar a lo que nos pertenece?”. Al día siguiente en El País, Dion subrayaba que “un referéndum independentista es un trauma para la sociedad” porque “con el secesionismo eliges a quienes conviertes en extranjeros”. El grave riesgo del secesionismo en Catalunya consiste en la quiebra de ese intangible social de cohesión que es la síntesis de identidades. La independencia situaría ante un dilema cruel a esos cientos de miles de Fernández catalanes que aman a España y a Catalunya.

«La Vanguardia», 27 de octubre.