Con demasiada frecuencia parece olvidarse que lo que viene ocurriendo en Cataluña en los últimos tiempos no puede ser adecuadamente comprendido si no se pone en relación con procesos y tendencias más generales que desbordan con mucho el marco estrictamente catalán. No estoy pensando ahora en la crisis y en el hecho, sobradamente acreditado, de que la profundización de la deriva independentista está cumpliendo objetivamente la función de expulsar de la agenda política todo lo relacionado con los sufrimientos que están padeciendo amplios sectores de la población como consecuencia de las políticas públicas emprendidas por los gobiernos conservadores catalán y español. Es evidente que el mecanismo de desviar a Madrid sistemáticamente y por principio cuantos recortes y privatizaciones puedan llevarse a cabo en Cataluña ha calado de tal manera que a nadie parece importarle la contradicción flagrante que supone que en este momento los portavoces del actual govern y de los partidos que le sustentan afirmen constantemente que la única manera de salir de la crisis es proclamando la independencia cuanto antes y, al mismo tiempo, sugieran que deberíamos esperar a empezar a salir de la crisis (hacia el 2016 poco más o menos) para proclamarla.
Me interesa ahora llamar la atención sobre una cuestión más general y de diferente naturaleza, referida a lo que ocurre cuando las fuerzas políticas renuncian a su función de proponer objetivos y estrategias, y se abandonan al seguidismo más desatado de organizaciones sociales, asambleas y movimientos varios. Dicho abandono es probablemente el último episodio hasta el momento del deterioro de la política y los políticos de la que tanto se viene hablando desde hace unos años. Las situaciones que se vienen produciendo últimamente, con los partidos «dejando en libertad» a sus militantes y cuadros para asistir a un determinado acto político, barruntando la posibilidad de hacer un pre-referendum dentro de la propia organización para decidir qué propuesta se le plantea a la sociedad, o el involuntario chiste de una corriente socialista que en un documento reciente declaraba estar a favor de que Cataluña fuera un Estado «independiente o no» (cuando es precisamente esa disyuntiva la que está en juego) ¿cómo deben ser interpretadas?: ¿en el sentido de que tanto les da ocho que ochenta, o en el de que no tienen las cosas nada claras? Y la secuencia de preguntas que se desprenden de lo anterior no terminaría aquí: ¿también, llegado el momento de un hipotético referendum, estas fuerzas y corrientes dejarían a sus partidarios en libertad para votar lo que quisieran? La respuesta afirmativa es la peor de las posibles porque entonces ¿para qué demonios está una fuerza política? La confusión del momento actual está directamente relacionada -es un efecto inmediato- de una debilidad de las organizaciones políticas tradicionales que, a la vista está, no tenemos motivos para celebrar. Sobre todo a la vista de quienes (se) han tomado el relevo.