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La organización del 9-N le permite a Mas competir con su rival electoral, ERC, al aumentar su pedigrí de defensor a ultranza de las urnas como única salida al conflicto catalán. En el otro lado de este conflicto encontramos a un Gobierno del PP que abusa de los poderes que la democracia otorga a una opción política con mayoría absoluta para desistir de sus funciones esenciales para con una parte del territorio del Estado. ¿Qué va a ocurrir el 9-N? Probablemente un acto de protesta política con un impacto social notable

Si de verdad dentro de cinco días se celebrara en Catalunya un referéndum sobre su independencia, ustedes ya habrían recibido en casa la tarjeta del censo con sus datos y la mesa donde votar, podrían seguir las campañas de una y otra opción y ya habrían desfilado por Barcelona dirigentes españoles y europeos a cantar las bondades de seguir unidos o a alertar del desastre de no hacerlo. Nada de eso ha ocurrido porque este domingo no se celebra un referéndum sobre la independencia de Catalunya.

Entonces, ¿qué va a ocurrir el 9-N? Probablemente un acto de protesta política con un impacto social notable. Y, hasta ese día, tendrá lugar la escenificación de un pleito entre la Generalitat y el Ejecutivo central llevado hasta sus últimas consecuencias, con ambas partes estirando las costuras de la legalidad y dispuestas a abusar de las posibilidades que ofrece el sistema democrático.

El Govern lleva meses volcado en urdir triquiñuelas para sortear las resoluciones del Tribunal Constitucional. La organización del 9-N le permite a Mas competir con su rival electoral, ERC, al aumentar su pedigrí de defensor a ultranza de las urnas como única salida al conflicto catalán. Por eso, Mas intentará que, pese a la suspensión del Constitucional, el 9-N se considere organizado por el Govern. Pero esa es precisamente la línea roja para Rajoy. El presidente del Gobierno central desearía mirar para otro lado este domingo, como si estuviera presenciando otro Onze de Setembre, más que nada para ahorrarse problemas. Pero necesita para ello que no sea Mas quien aparezca como organizador, que no salga esa noche dando cuenta de los resultados, sino que ese papel lo ejerza la sociedad civil catalana, sea la ANC (que es reacia) o las entidades del Pacte pel Dret a Decidir. Rajoy cree que sólo así será posible reconducir las relaciones tras el 9-N, mientras que Mas considera que su protagonismo en esta consulta le permitirá evitar el adelanto electoral.

En ese tira y afloja de la política de bajo rasero discurrirán estos días. Lo cierto es que ambos estarán haciendo un flaco favor a la democracia y la legalidad que esgrimen con vehemencia. Si el Govern organiza la consulta, por más participación que obtenga (más de tres millones de personas han consultado la web para buscar su lugar de votación), estará prestándose a una movilización de protesta, pero también a la adulteración de un ejercicio democrático como es votar. Una consulta sólo para convencidos no es el modelo de referéndum que debe organizar un gobierno.

En el otro lado de este conflicto encontramos a un Gobierno del PP que abusa de los poderes que la democracia otorga a una opción política con mayoría absoluta para desistir de sus funciones esenciales para con una parte del territorio del Estado. La democracia no es simplemente la imposición de la mayoría. Arend Lijphart recuerda que los modelos de democracia que funcionan mejor son los consensuales, aquellos que buscan el pacto entre mayorías minoritarias para encauzar problemas que son de todos. Rajoy ha preferido forzar de nuevo a una institución fundamental como el Tribunal Constitucional a dirimir un pleito político, contribuyendo a aumentar su maltrecho prestigio en Catalunya. Acorralado en medio de un sistema que hace aguas por todas partes, el presidente da la impresión de que Catalunya le sirve para llenar el cesto de votos en el resto de España.

Rajoy y Mas han estado haciéndose trampas al solitario sobre un poso explosivo de descontento social. Esta Gran Depresión que ya dura siete años ha dejado a su paso una generación frustrada. No sólo el desempleo ha destrozado hogares, también los trabajos precarios han dinamitado valores como el de la recompensa ligada al mérito. Incluso quienes tienen un empleo forman hoy una sociedad temerosa. Sobre esa pila de leña ha caído la corrupción como una tea ardiendo. Hemos descubierto que muchos abusaron de la democracia para saquear lo que era de todos. Y esa constatación irradia una ira a la que algunos gobernantes prefieren no mirar a la cara, pero que seguirá estando ahí, en Catalunya y en España, el 10-N.

(La Vanguardia, 4 de noviembre de 2014)