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Todos hablamos de lo mismo. De política, sí. Pero ¿de qué política? Los grandes problemas de fondo han pasado a un segundo plano. aceptamos sin pestañear que nos rebajen el sueldo, que no nos paguen lo que tenían que pagarnos, que recorten los presupuestos de todo, desde los museos hasta la calefacción en los colegios; y andamos cada día más tensos, agresivos, peleados

Lo bueno que tiene esta situación de crisis», le oí decir a un tertuliano en una radio catalana, «es que la ciudadanía está más atenta, participa. Estos días, todos hablamos de política». Y es cierto. Se ve por ejemplo en las columnas de opinión. Antes, lo más difícil para un/a columnista no era escribir la columna, sino encontrar un tema. A falta de inspiración, había que recurrir a veces a expedientes como ir al cine a ver alguna película rara, o buscar noticias chuscas en la sección de sucesos. Porque la actualidad daba poco de sí. Nos habíamos convencido, incluso, de que ese era el inconveniente de vivir en un país próspero y democrático: le faltaba emoción; era aburrido.

¡Cómo han cambiado las cosas! Hoy, de aburrimiento, nada; estamos todas y todos agitados, ansiosos, pendientes de la prensa, de la televisión, de Twitter; y en las columnas, en las tertulias, comiendo o cenando con familia o amistades, todos hablamos de lo mismo. De política, sí. Pero ¿de qué política? Ah, ese es el problema. No hablamos del calentamiento global, ni de la inmigración, ni de la Unión Europea. Ni de la Universidad, ni del desempleo, ni de la violencia machista. Ni del Estado Islámico, los alimentos transgénicos o la ley de dependencia. Sólo hablamos de lo que pasó ayer y lo que pasará en las próximas semanas. De si Rajoy se va a China, de lo que ha dicho Sánchez o Sáenz de Santamaría. De lo que declaró ayer Mas, lo que insinúa hoy Junqueras, lo que hará Duran mañana. No hablamos de política, sino de políticos. Los grandes problemas de fondo han pasado a un segundo plano, en espera de ser resueltos todos ellos de golpe -así parece creerlo mucha gente- con una sola decisión, una palabra mágica, sólo con que nos dejaran proclamarla… Mientras, aceptamos sin pestañear que nos rebajen el sueldo, que no nos paguen lo que tenían que pagarnos, que recorten los presupuestos de todo, desde los museos hasta la calefacción en los colegios; y andamos cada día más tensos, agresivos, peleados. ¿Hablar de política? Ojalá lo hiciéramos. A fondo, globalmente, con cifras, argumentos, análisis. Porque mientras discutimos que si ley de Consultas, que si convocatoria, que si recurso, que si plebiscitarias… alguien debe estar tomando todas esas otras decisiones políticas, sin que la ciudadanía, entretenida y acalorada como está, se dé cuenta siquiera.

(La Vanguardia, 25 de septiembre de 2014)